lunes, 8 de febrero de 2010

Serie de poemas escogidos

De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
peligro corres, licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

Luis de Góngora.




Rimas (V).

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares,
y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas,
y en las ruïnas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura,
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva,
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
y do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el Cielo une a la Tierra.

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.

Gustavo Adolfo Bécquer.




Oscuridad


A un ciego de nacimiento
pregunté: Si no es enojo
Decid, ¿Qué es el color rojo?
¿Lo sentid cual yo lo siento?
Y respondió sin empacho,
pienso que será sin duda
como el olor de la ruda
como el gusto del gazpacho,
como horno de fuego lleno,
como pisar un abrojo,
aún creo que será rojo
el estampido del trueno…
Calló…Y aún son mi tormento
Aquellas definiciones,
¡Para cuantas sensaciones
soy ciego de nacimiento!

Joaquín María Bartrina



IV, La estatua (Poemetos de Alma Rubens)

Escultor: vengo a que esculpas mi estatua. Yo he inmortalizado mi alma
en caricias que nunca olvidarán los hombres.
Ahora quiero que tú inmortalices mi carne.
Por eso necesito que me esculpas desnuda,
porque sólo las líneas de mi carne son mías, y porque
tengo inefables secretos que merecen ser imperecederos.

Pero compréndeme, escultor, para que no me concibas semejante
a las amorosas que no tuvieron otro Don, que su cuerpo.
Concíbeme a mi como un pensamiento, como un
puro y noble pensamiento, ilumíname el rostro de luz íntima,
y esculpe las líneas de mi cuerpo, castas, ingrávidas, leves, anteriores,
cual si fueran los contornos de un alma.

José Manuel Poveda.




Nada

A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento…
Mas ¡ay! ¿y si esta paz no fuera nada?

¡Nada, sí, nada, nada!..-O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío…-

Que eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
…!y soy yo sólo el pensamiento mío!

Juan Ramón Jiménez.



Proverbios y cantares
(Fragmentos)


I

El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.

II

Para dialogar,
preguntad, primero;
después…Escuchad.

VIII

Hoy es siempre todavía.

XVII

En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.

XLVI

Se miente más de la cuenta
Por falta de fantasía:
También la verdad se inventa.

LIII

Tras el vivir y el soñar,
Está lo que más importa:
Despertar.

LVIII

Creí mi hogar apagado,
Y revolví la ceniza…
Me quemé la mano.

LXXXV

¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.

Antonio Machado.




El piano

Bajo la tarde serena
con ritmo dulce y liviano,
solloza un piano lejano
la suavidad de su pena.

Todo mi pecho se llena
de la tristeza del piano
y pienso en la fina mano
bajo la que el piano suena…

Cada suspiro del viento
acerca hacia mí el acento
de la música preclara.

Y llora el alma sonora
como si el piano que llora
dentro del alma llorara.

Nicolás Guillén




Nocturno de la estatua

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.

Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.

Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir:” Estoy muerta de sueño”.

Xavier Villaurrutia.



El niño yuntero


Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatifecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepurtura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
u declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.


Miguel hernández



Lázaro

Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
porque no la materia sino el tiempo
pesaba sobre ella,
oyeron una voz tranquila
llamándome, como un amigo llama
cuando atrás queda alguno
fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
yo no recuerdo el frío
extraño que brotaba
desde la tierra honda, con angustia
de entresueño, y lento iba
a despertar el pecho
donde insistió con unos golpes leves,
ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
un dolor vivo o un dolor soñado.

Era otra vez la vida.
cuando abrí los ojos
fue el alba pálida quien dijo
la verdad. Porque aquellos
rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
como rebaño hosco
que no a la voz sino a la piedra atiende,
y el sudor de sus frentes
oí caer pesado entre la hierba.

Alguien dijo palabras de nuevo nacimiento.
mas no hubo allí sangre materna
ni vientre fecundado
que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
con olor denso desnudaban la carne gris y fláccida como fruto pasado;
no el terso cuerpo oscuro, rosa de deseos,
sino el cuerpo de un hijo de la muerte.

El cielo rojo abría hacia lo lejos
tras de olivos y alcores;
el aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
como las ramas cuando el viento sopla,
brotando de la noche con los brazos tendidos
para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
y hundí la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.

Quise cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra,
la tiniebla primaria
que su venero esconde bajo el mundo
lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
gritó, por las oscuras galerías
del cuerpo, agria, desencajada,
hasta chocar contra el muro de los huesos
y levantar mareas febriles por la sangre.

Aquel que con su mano sostenía
la lámpara testigo del milagro,
mató brusco la llama,
porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.

Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
el borde de una túnica incolora
plegada, resbalando
hasta rozar la fosa, como un ala
cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo,
siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
y en mí no estaba ya sino seguirle.

Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
aunque todo para mí fuera extraño y vano,
mientras pensaba: así debieron ellos,
muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
otra vez vi sus muros blancos
y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.

Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
el agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
la palabra hermandad sonaba falsa,
y de la imagen del amor quedaban
sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
en mí, que yo era un muerto
andando entre los muertos.

Sentado a su derecha me veía
como aquel que festejan al retorno.
la mano suya descansaba cerca
y recliné la frente sobre ella
con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
a dios, porque su nombre,
más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
fuerza para llevar la vida nuevamente.

Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
ahora. La hermosura es paciencia.

Sé que el lirio del campo,
tras de su humilde oscuridad en tantas noches
con larga espera bajo tierra,
del tallo verde erguido a la corola alba
irrumpe un día en gloria triunfante.

Luis Cernuda




En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador
y profundo,
Sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
Llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No
Quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrastrase en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los humanos palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿Quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,
con silenciosa humildad, allí también él
transcurría.

En una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a un viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,

no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor,
y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.

Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
Y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
Y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí se tú mismo.
¡Oh, pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Vicente Aleixandre.




Representación en tres planos de una mujer.

1

Andar es tu definición

Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta verte andar,
y en vez de contestarle
trasladaría mis ojos a los suyos
para que recordara sin haberlo vivido,
la convencida seriedad con la que andas lo mismo
que la luz haciendo testamento,
pues tus pasos transmiten un orden instantáneo
como si tú llevaras al andar el movimiento de la tierra.
Destrabada y solar vienes desde la sangre y tienes el oficio del verano,
andar es tu definición
y tu gracia es el orden,
y tu fuerza es el ímpetu con que a veces te paras mientras hablas,
igual que se repliegan las defensas de una ciudad
para hacerla más fuerte.

Alguna vez me has dicho:

-Las mujeres parecen gorriones que se mueven saltando-

Y en efecto se les ve la premura,
la entrega anticipada,
la premeditación de ser mujeres que andan con los pies juntos
para quedarse pequeñitas y eternas en los ojos de alguien,
pero la libertad tiene su propio ritmo y tú eres diferente
pues tu modo de andar es un modo de hablar
que no pregunta nada,
y hace tiempo he pensado que vives como andas,
que vives con la misma propiedad con que andas,
porque la calle es tu licenciatura.
Es cierto amiga mía, lo espontáneo libera,
y tu espontaneidad se nos acerca tanto
que quien te vio una vez te necesita,
y yo te he visto andar de una manera tan persuasiva
que el aire tintinea
y las calles progresan al mirarte,
y hay nubes que en el cielo van tomando tu forma,
y un solo paso tuyo puede atar a mucha gente,
atarla y desatarla,
pues estás en la tierra,
entre nosotros,
y no hay nada en tu cuerpo que no nazca al andar,
y no hay nada en el mundo que no lleve tu paso.

2

La palabra se convierte en espanto

Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta hablar contigo,
que a mí me gusta oírte,
cuando tu claridad se convierte en dureza
lo mismo que el carbón cristaliza en diamante,
pero lo justo es necesario y tú hablas con justeza,
con pronosticación;
para mostrarme que no hay presentimiento sino jubilaciones;
y el espanto no nace de vivir,
el espanto es anterior al hombre
y quien quiere evitarlo agoniza.
La claridad se mira y no se ve,
viene desde muy lejos,
y a mí sólo me importa hablar contigo,
hablar contigo ahora como el agua
se coge entre las manos,
sabiendo que sólo puedes retenerla unos cuantos segundos:
unos segundos bastan,
cuando el amor se acabe voy a seguir oyendo:

- ¡Por favor no te duermas mientras hablo!
Si estás cansado, vete. La ternura se acaba en el deseo.
Luego viene un silencio que al oírlo se convierte en vacío,
y las noches comienzan en el alba.
Te he dicho muchas veces que hay que aceptar la realidad:
Ni los sueños se viven, ni las alas se juntan,
por eso a veces no tenemos sino una sola mano, y no es la nuestra.
Los muertos crecen recordándolos y ya no vuelven a morir.
Escucha. No te mueras. No te puedes morir. Te necesito.

Ahora me estás hablando y sé que tu dureza
no tiene causa alguna,
viene desde tu origen.
Tus palabras nacen para doler,
pero llevan la sonrisa en la espalda
y cuando las recuerdo me liberan de esa profanación
que es siempre el miedo.
Tengo una gran velocidad para sufrir
y cuando estoy contigo
siempre llega un momento en el que tus palabras
se quedan sin hablar
y me aprietan lo mismo que una venda
sosteniendo su abrazo,
y me hacen comprender que lo que nunca dices
es lo que me sostiene.
Pero también alguna vez te he oído,
neutralizado y descendiente,
con ese escalofrío que nos produce la raspadura de un cristal,
y tu voz me mantuvo anestesiado sobre la mesa de operaciones
durante varias horas,
hasta quitarme las adherencias,
las contaminaciones personales,
los supuestos,
para después, como una aguja,
irme cosiendo poco a poco,
mientras el camarero nos decía para legitimarse:

-Esta noche hay frambuesas-

La verdad suele maniatarnos como la mantis religiosa paraliza a quien ama
pero tú no nos atas a ninguna verdad,
tu voz es tu atadura,
tu voz es tu andadura,
vives en ella despaciándote
como si concibieras durante nueve meses lo que vas a decir
y hablar contigo fuera un parto.

3

Mientras vuelen los pájaros

Si alguien me hiciera una pregunta se lo agradecería
ya que podría decirle
que me gusta mirarte como si regresaras de vivir,
y es porque veo tus ojos temiendo que se acaben.
La alegría de mirarte crece con el temor
y si sigue creciendo de este modo puede hacerse insostenible
como una deuda pública que es preciso pagar
durante varias generaciones.
Empiezo a verte ahora
y en tus ojos hay pájaros que no regresan nunca,
olas que se disgustan a fecha fija,
cicatrices que pueden despertar,
y algo tuyo, muy tuyo que al declararse se convierte en misterio
igual que la dulzura se convierte en pregunta.
Tu mirada se extiende cuando llega la noche
y tiene esa bondad un poco intransigente
de las personas a quienes se les nota que saben elegir,
y ese color tostado de azúcar vagabunda,
y esa continúa averiguación
que en tus ojos es igual que una grapa.
Debo decir, amiga mía,
que cuento tu mirada entre mis bienes gananciales
y lo que nunca olvido es ese instante
en que el amor se interna hacia el origen,
y tus ojos se quedan descielados,
y ya no miran, ceden y caen, pero hacia atrás
como una piedra entra lentamente en el agua.
Y no hay nada en la vida,
nada,
nada,
que se parezca a esos segundos
en que tus ojos miran dentro de ti
y sólo quieren ya seguir cayendo,
cedientes,
desasidos,
arrastrados,
y yo no sé mirar pero los sigo hasta encontrar fondo en su caída,
y detrás de ellos, el amor, detrás de todo,
detrás de todo, el amor, pero sabiendo
que empezará el recuerdo cuando tu luz acabe.

Luis Rosales




El sonido sin fondo de la puerta.


Vuelve a llamar. Toca de nuevo la madera remota de esa puerta.
Nadie está en casa. Los últimos habitantes partieron al amanecer de un día,
al que tú no has llegado. Vuelve a tocar. Tú no buscas a nadie,
sólo necesitas el sonido sin fondo de la puerta, la esperanza de una voz
que responda, que justifique el origen de la memoria para poder partir.
Hay otra puerta abierta. Los muertos dejan allí vasos de agua, flores que
no han nacido todavía. Pero tú evitas ese umbral sospechoso. Sabes que si
lo cruzas volverás a ser niño, y ya no te alcanzarán las fuerzas para llegar
hasta donde estás ahora, tocando a la puerta de una casa que ni siquiera
desconoces, con la esperanza de una voz que te deje partir a ningún sitio.

Waldo Leyva.




Del libro del frío

Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón.

Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras,
Pero,¿Qué hago yo delante del abismo?

Bajo las águilas la inmensidad carece de significado.

***

Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa
En el silencio de las últimas ramas.

Esto era el destino:

Llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.

***

Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.

He atravesado las cortinas blancas:

Ya sólo hay luz dentro de mis ojos.

Antonio Gamoneda.




Poema de ventura egea. Canto VI


Eran arios los bárbaros, y bárbaros sus mitos y costumbres.
mirad, si no, la intemperancia de Zeus, la cólera de Odín,
o el feo vicio del racismo dórico, ejemplar en Esparta, o el de la India
Brahmánica, pero también aquel de la Alemania Nazi.

Haced memoria y ved cómo en los vedas se lee con fruición la historia de
Indra que, armado con el fuerte atributo de los dioses potentes, remontó
los cauces resecos de los ríos hasta encontrarse con Vritra, un celoso
monstruo que guardaba prisioneras a las Aguas Dulces, asolando la tierra
con sequía.
Con su lanza de luz Indra hirió gravemente al tenebroso Dagrón, y liberó
a la Líquidas Princesas que, ya libres, lubricaron el suelo con su paso,
dando al mundo una nueva Primavera.

Esta leyenda se repite en casi todas las culturas arias tanto que a veces
me invade cierta desazón al comprender que, por lo visto, es la violencia
siempre necesaria para que sea posible la Creación, el Orden, la Armonía:
La nueva Floración.
Pero quizás el único problema sea, que tenemos el pensamiento bárbaro
demasiado presente en nuestros días.

Puede recuperarse la esperanza de hallar alguna dimensión hermosa y digna
en la sustancia- y forma- de lo humano, si prestamos atención a una fábula
idéntica pero con un matiz distinto a la anterior que nos cuenta una olvidada
Tribu íncola de una perdida ínsula del pacífico:

Un Sapo gigantesco se había bebido todas las Aguas Dulces de la tierra.
al igual que en los Vedas, un héroe debería enfrentarse con el monstruo
para, al vencerlo, devolverle la lluvia y la prosperidad a su pueblo.
En este caso, sin embargo, el héroe no utiliza la violencia contra su enemigo.
No es su arma una espada luminosa sino algo muy distinto:
Un chiste, tan gracioso que la bestia al oírlo soltó a reír en tan grandes
carcajadas que sin darse cuenta devolvió a la tierra toda el agua ingerida.
Volvió la primavera.

Pienso lo que hubiera sido nuestro mundo, si la cultura dominante al lo largo
de nuestra historia hubiera sido pacífica.
Quizá no existiría la xenofobia, ni por tanto el miedo a lo desconocido;
nos adentraríamos sin miedo en el Misterio y morir sería sólo otra aventura.

Las más temibles armas de las grandes potencias serían únicamente ingenios
cibernéticos para inventar los chistes más graciosos.
Y el peligro mayor de todos sería que algún día alguno de ellos fuera tan
poderoso, que extinguiera la vida en el planeta, matándonos de risa.


Francisco Fortuny.

viernes, 5 de febrero de 2010

EL ARTE COMO MERCANCÍA, Y PARA QUIÉN

Por Segundo Castro


La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamente le van alejando del origen por el que debió haber sido concebida.

Sería demasiado pretencioso el intentar hacer un juicio sobre lo bueno o aceptable y lo malo o desechable actualmente en el mundo del Arte. Mi propósito es el de compartir con los lectores ciertas reflexiones sobre el lugar que podría corresponderle al Arte y a los artistas en la sociedad.

En los tiempos que vivimos, el carácter mercantil ha alcanzado unos niveles de perfección inauditos, hasta el extremo de vender la “envoltura” como un valor añadido, superior al relativo contenido real de la obra, padeciendo ésta un agravio comparativo.

Pero ¿qué es la envoltura en Arte?, porque para un par de zapatos es una simple caja de cartón, también la situación comercial del establecimiento, incluyendo por qué no el trato con el cliente. Sin embargo, en una obra de arte esta es más ambigua, a veces casi invisible; y si se trata de un cuadro, cuando lo tienes delante no lo ves, salvo el marco que puede ser más o menos valioso o atractivo.

No obstante la envoltura existe, y está confeccionada con un encaje complicado de factores que no son ajenos al sistema político y social dominante, en el que intervienen las galerías, coleccionistas e inversores, a cuyos intereses económicos se suman las orientaciones culturales y políticas de prestigio de la Administración.
En el escenario del mundo actual, los señores que representan estas entidades son los que deciden la pauta selectiva de la moda. Esta envoltura (valga la redundancia) “cultural” obliga a depender de ella a quienes se consideran profesionales o pretenden serlo y quieran vivir de su trabajo.

Debido a la ausencia de otros cauces, nos vemos obligados a mostrar nuestros trabajos a las galerías y concursos, que es igual que llevarles en una bandeja nuestro “ser”, “nuestro corazón” ... porque cuando creamos algo estamos ofreciendo todo lo que somos. Pero las modas y los intereses privados se imponen como un muro infranqueable.

El artista, como cualquier ser humano, necesita cubrir económicamente sus necesidades materiales de subsistencia. Esta motivación tan común le obliga a plantearse algo muy serio a la hora de gestar una obra, que consiste en la tortuosa pregunta: ¿esto me va a permitir ganarme las lentejas? La inmensa mayoría de los creadores nos vemos obligados a combinar nuestro trabajo artístico con otras ocupaciones que nos aseguren una estabilidad económica. Esta situación, obvia la paradoja de que, a quienes triunfan se les consideren “profesionales”, y los demás... pinten simplemente como un “pasatiempo”, pero con la ansiedad de alcanzar la categoría de “profesional”, como exige el mercado del Arte que valora y define el encasillamiento del artista.

Pero, ¿en manos de quién se encuentra dicho mercado? Contestar a esta pregunta significaría redundar sobre lo que ya he desarrollado más arriba.
¿Y cuál tendría que ser la actitud de los artistas frente a las limitaciones del mercado? Fundamentalmente existen dos posturas:

- Que el artista se adapte al sistema. Lo cual no garantiza el éxito, porque hay que saber coincidir con la línea comercial de moda y prestigio para las galerías o la administración. Pero siempre tendrán más posibilidades para llegar a ser artistas “consagrados”.

- La segunda opción, cuantitativamente es más restringida, podríamos clasificarla entre los que se plantean quizás con cierta tozudez, que nada ajeno a la obra de arte debe de intervenir en ella, cuidando escrupulosamente su autenticidad.

Sin embargo, he de admitir que en el primer grupo puede haber artistas tan sinceros y auténticos como en este último. La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamente la van alejando del origen por el que debió de haber sido concebida.

Se trata, pues, de potenciar la creatividad, de organizarnos como trabajadores culturales y defender nuestros derechos. Si bien, tenemos libertad de hacer lo que nos plazca, el curso del Arte lo decide una minoría de señores cuya objetividad la tienen limitada por su propia subjetividad egoísta.

El junco y la encina


No quiero ser como el junco
que doblega su cerviz
con lacayo servilismo
ante el empuje del viento
y sumiso besa el fango
si el huracán se lo ordena.

Quiero ser como la encina
resistiendo con pie firme
sus avalanchas furiosas,
y si al cabo por más fuerte
me desgaja de la tierra,
al menos sucumbiré
luchando por mis raíces.

Autor: Germinal

miércoles, 3 de febrero de 2010

El centenario de un poeta comprometido

Por Antonio Tellado.


Estamos en el año del centenario de Miguel Hernández y como era de esperar, ya desde los primeros actos dedicados a conmemorarlo ha saltado el escándalo por la utilización política del evento por parte de esa derecha extrema, tan crecida últimamente. En Orihuela, su pueblo, un poetastro de los que suele abundar en el ultraconservadurismo, se ha permitido aprovechar la efemérides para publicar un libelo en el que denigra la memoria del poeta y manipula su poemario para insultar a la izquierda en la que el Hernández militaba, mientras hace un desmedido elogio de los políticos de la derecha, incluidas la alcaldesa de Orihuela y la millonaria presidenta de la Comunidad de Madrid.

La manipulación de figuras de nuestra cultura no es nueva, presentándolas en homenajes y ediciones de forma muy diferente a como fueron en realidad por obra y gracia de la adulteración de sus biografías o la amputación de parte importante de su obra, a veces imprescindibles para la comprensión de su pensamiento. Ha ocurrido, por ejemplo, con Antonio Machado, Picasso o Federico García Lorca, del que últimamente un profesor de la Universidad de Granada -¡Qué pena que eso ocurra en una universidad tan prestigiosa!-, enseñaba a sus alumnos que Lorca era simpatizante falangista, cuando todo el mundo sabe que fue asesinado precisamente por sus ideas y su compromiso con la República, y es que los docentes, también deberían de ser decentes. Como consecuencia de tanto desatino en la enseñanza universitaria, el gran poeta Luis García Montero, tras 27 años en dicha universidad, abandonaba la docencia. Esos atentados contra la obra y el recuerdo de figuras de nuestra cultura suelen producirse cuando se trata de personajes de izquierda, que, claro está, no gustan a los conservadores. Están en su derecho, como en el de no participar si no quieren en tales actos de homenaje, pero no tienen el de insultarlos tergiversando o silenciando los hechos.

En el centenario del poeta Miguel Hernández en el que ya estamos, es imprescindible rememorar su compromiso con los pobres y los trabajadores, su militancia comunista, su defensa como miliciano de la República, y también su prematura muerte por tuberculosis en la cárcel de Alicante, víctima del hambre y las penalidades sufridas en su peregrinar por distintas prisiones, entre ellas la tristemente famosa de Ocaña. Sólo tenía treinta y dos años –que pérdida irreparable para las letras españolas- y una extraordinaria dignidad que quedó de manifiesto cuando le visitaron, ya muy enfermo, algunos emisarios de la dictadura, escritores que se habían plegado ante la brutal violencia del régimen, ofreciéndole la libertad si se retractaba de sus ideas, pero Miguel Hernández prefirió seguir en prisión antes de traicionarse retractándose.

Su obra no podría comprenderse sin tener en cuenta sus ideas políticas y su compromiso con la clase trabajadora –hay que utilizar este término necesariamente- que queda patente en ella, como en “Viento del pueblo”, que incluye poemas como El niño yuntero, ese niño que…Nace, como la herramienta/ a los golpes destinado,/ en él personaliza el poeta lo que significa el trabajo para el hombre en un mundo injusto, …Contar sus años no sabe,/ y ya sabe que el sudor/ es una corona grave/ de sal para el labrador./ Se duele Hernández por este niño, y naturalmente, por todo lo que representa Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina,/ y su vivir ceniciento/ revuelve mi alma de encina./ Al rememorarlo emerge su rebeldía para finalizar el poema …¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?// Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros./ En otro poema, El sudor, éste es calificado como…Vestidura de oro de los trabajadores/ terminando con el siguiente llamamiento: …Emerged al trabajo, compañeros, las frentes:/ que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,/ con sus lentos diluvios, os hará transparentes,/ venturosos, iguales./
Como poeta verdadero, nada de lo que ocurre a su alrededor deja de reflejarse en su obra: …decidme en el alma ¿quién/ amamantó los olivos?// Vuestra sangre, vuestra vida,/ no la del explotador/ que se enriqueció en la herida/ generosa del sudor.// No en la del terrateniente/ que os sepultó en la pobreza,/ que os pisoteó la frente,/ que os redujo la cabeza./ …Jaén, levántate brava/ sobre tus piedras lunares;/ no vayas a ser esclava/ con todos tus olivares./ También la guerra: …Vais de la vida a la muerte,/ vais de la nada a la nada;/ yugos os quieren poner/ gente de la hierba mala;/ yugos que habréis de dejar/ rotos sobre sus espaldad.// Y sobre todo el dolor que le producía estar en prisión separado de su mujer y de su hijo, como en su célebre Nanas de la cebolla:…Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ soledades me quita,/ cárcel me arranca.//…No te derrumbes,/ no sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre.//
Es evidente que la celebración del centenario de un poeta tan comprometido como Miguel Hernández no puede ser objeto de mixtificación por parte del mismo tipo de gente que él denunciaba en su poesía, que en este caso tienen muy difícil su ejercicio de ocultación y tergiversación al ser tan evidentes sus ideales comunistas y su compromiso, tan inseparables de su obra. En este caso, el sentido común y la ética más elemental por parte de organizadores de actos con motivo del centenario, debe impedir que se actúe como en otros casos, silenciando o mutilando, y mucho menos que tales actos sean utilizados en contra de lo que fue y representó Miguel Hernández, editándose para tal ocasión libros como el del ultraderechista poetastro oriolano.

(También podeis ver este y más articulos de Antonio tellado en laRepública.es
este, es del día 3-II-2010.)