sábado, 23 de enero de 2010

UNA MIRADA CRÍTICA A LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL

Conferencia de Eugenio Melandri, el 17/12/2009, durante la celebración del 10º aniversario de Médicos del Mundo en Málaga

Estamos en Agosto de 1952, en plena Guerra Fría entre las dos superpotencias. Las relaciones están tensas por la crisis coreana. Es en este contexto que el periódico francés "L' Obsevateur", publica un artículo firmado por un demógrafo francés eminente, Alfred Sauvy. En este artículo aparece por primera vez la expresión "Tercer Mundo". El mes de agosto no es el mejor momento para poner en marcha algo nuevo ya que “todo el mundo” está de vacaciones. Sin embargo, misteriosamente, este término viaja por el mundo y afectará a todas la reflexiones y las investigaciones sobre las relaciones entre países ricos y países pobres. Sauvy utiliza estas dos palabras para designar un conjunto de países con características comunes, como los que han sido colonias de potencias europeas, que han sufrido la dominación económica, que son productores de materias primas y alimentos, que tienen algunas características en el crecimiento, tales como la población, la renta per cápita, la escolaridad, etc. Este tercer mundo es descrito por el autor como el “Tercer Estado” de la Revolución Francesa. Sauvy utiliza en francés el adjetivo “tiers” (tercio) , no “troisieme” (tercero), porque tiene ante sí la famosa descripción de L'Abad Sieyès de 1878: "¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Ha significado mucho en el orden político? Nada. ¿Qué quiere? Contar algo".

Cuando Sauvy escribe su artículo, este “Tercer Mundo”, es difícil de comprender y analizar. Muchos países aún tienen que asumir una personalidad jurídica. Casi toda África, por ejemplo, está todavía colonizada y pasará aún mucho tiempo antes de que, a finales de los años cincuenta y el inicio de los años sesenta, se termine el proceso de independencia, que acabará con la independencia de Angola y Mozambique, en los años setenta.

Sin embargo, no es sorprendente el éxito de esta expresión, teniendo en cuenta el contexto político en el que nace. Pocos años después algunos dirigentes importantes de la época —Sukarto, Pandhit Neruh, y Chou En Lai, entre ellos— se reunirán en Bandung, en Indonesia. Esta será una primera reunión. Luego en 1961 dará vida al movimiento de los Países No Alineados. De este movimiento, Samir Amin escribe en un articulo publicado en el periódico “Le Monde diplomatique”: “Cumbre tras cumbre, los “no alineados” reunieron casi todos los países de Asia, África, así como Cuba, pasando de la características de frente de solidaridad política con las luchas de liberación y de rechazo de los pactos militares a una serie de reclamaciones económicas a los países del Norte”. El Grupo de los 77 (todos en el Tercer Mundo) refleja esta alianza nueva y amplia de la batalla del Sur por “El Nuevo Orden Económico Internacional”, iniciado en 1975, ha sido a la vez el más significativo de estos acontecimientos, hasta su fin, que será oficialmente, en Cancún (1981) con los dictados de Reagan y sus aliados europeos.”
Como se puede ver, este primer enfoque al problema de la disparidad entre mundo rico y mundo pobre, combina la teoría política y la teoría económica, en una visión integral del mundo. Lo que se quería en estos años era una configuración diferente del mundo, no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista político. No sería solo lo que hoy se define como un mayor desarrollo de los países pobres, para una nueva configuración política de un mundo que ya entonces parecía estar caracterizado por una marcada división entre ricos y pobres.

Se descubre enseguida la primera contradicción que ha atravesado y continua atravesando la actividad de la cooperación. Cada acción de carácter económico sea ella de ayuda gratuita o de préstamo, se sitúa en un contexto que reproduce sistemáticamente las injusticias que tiene el propio sistema. La cooperación se arriesga de este modo a volverse como un tipo de “Cruz Roja” que cura los síntomas de la enfermedad, pero no afronta sus causas. Justamente en la “Populorum Progressio”, Paolo VI escribe que “Los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres”. Por otra parte, no podía ser de otra manera . Sobre todo si tenemos en cuenta que la primera idea de cooperación no ha nacido dentro a una asociación humanitaria, sino en el Congreso de los Estados Unidos el 20 de enero 1949.

El pecado original de la cooperación

La segunda guerra mundial solo había dejado desolación y los Estados Unidos se preguntaban acerca de cómo atraer adeptos a sus esferas de influencia. Después de la Conferencia de Yalta, donde las potencias vencedoras decidieron dividir sus áreas de influencia en el mundo, los Estados unidos necesitaban de un método diferente de la fuerza utilizada por Stalin. El Plan Marshall representa el mayor logro en este campo. Y después del plan Marshall, centra toda la atención en los países pobres, para atraerlos a su propia área de influencia. Así el 20 de enero 1949 el presidente Truman fue al Congreso, donde pronunció un discurso que, según muchos estudiosos, marca el comienzo de la era de la cooperación al desarrollo. Truman señaló con claridad el horizonte de la nueva frontera de Occidente y de los Estados Unidos, en particular en la época nueva después de la segunda guerra mundial. Después de definir “subdesarrollados” a un gran número de países, Truman dio a los países desarrollados la tarea “de trabajar para el desarrollo” mediante una definición clara de la formas de intervención: “Una mayor producción es la clave para la prosperidad y la paz”. Truman, enmascarando el interés con la magnanimidad, no dudó en anunciar un programa de asistencia técnica para “eliminar el sufrimiento de estos pueblos por la actividad industrial y un mayor nivel de vida”.

Será esta actitud la que acompañará todo el período de la descolonización africana, cuando las viejas potencias coloniales, salían por la puerta con la proclamación de la independencia, y regresaban a los mismos países coloniales por la ventana de la cooperación. La cooperación internacional nace, por lo tanto, con un pecado original: ser la otra cara de la colonización. Cuidado, esto no significa que todo lo hecho en años y décadas de cooperación haya sido equivocado. Pero es justo comprender el contexto político en que ella nace, también para comprender mejor las dinámicas. Por ejemplo, más allá de los fenómenos de inmoralidad y expolio, la tradicional cooperación, tiene entre sus aspectos positivos el que entre definitivamente en crisis y el fin del sistema bipolar.

Hija de la guerra fría y de la descolonización, la cooperación ya no encuentra espacio cuando, con la globalización, el mundo empieza a definirse como un único mercado mundial. De los procesos de globalización, hablaremos un poquito más profundamente más adelante.
Por largo tiempo los historiadores se han dedicado a comprender las causas históricas de la diferencia entre países ricos y países pobres. Y, naturalmente, las respuestas han sido muchas. De quiénes, como Bairoch, que hace remontar todo a la revolución industrial, madre, al mismo tiempo, de la opulencia y de la miseria, hasta los que, como Wallestrein, hacen remontar esta diferencia a la división internacional del trabajo en el siglo XVI. Con un centro localizado en Europa —caracterizado por trabajo asalariado y estados fuertes— que somete a una periferia caracterizada por trabajos forzados y estados débiles.

De hecho el occidente (Europa y América) se presenta como el lugar del desarrollo y la riqueza. Lo que le hace decir a David Landes que se puede hablar de “victoria occidental”. Según este autor, las llaves culturales de esta victoria serían: la tradición judeo-cristiana de sumisión de la naturaleza de parte del hombre; la libertad personal y el empuje de la actividad favorecida por la reforma protestante y la tolerancia católica. El cuadro está completo. La historia occidental se identifica como una feliz excepción de la historia universal y junto con el polo expansivo y atractivo por una nueva convergencia global: “El proceso de modernización de las sociedades de masa asume los ropajes de un modelo de desarrollo lineal y unívoco, promovido para la industrialización y el consumos de masa, en necesaria concatenación con el libre mercado y la democracia parlamentaria. Un modelo que tiene que ser propuesto —si no impuesto— a los países subdesarrollados como imagen normativa de su futuro”. Nace en este contexto eurocéntrico, y que pone a Europa como modelo de desarrollo, gran parte de las políticas también diferenciada que se sucederán acerca de la cooperación internacional. Al fondo está una idea fundamental: el desarrollo occidental europeo es el paradigma único a seguir. Hace falta que los otros países, también haciendo esfuerzos enormes, se conformen a ello. Todo lo que se hará en esta dirección será indudablemente portador de desarrollo y crecimiento económico. Nace el mito del desarrollo y la clasificación entre los países desarrollados y subdesarrollados o, para no ser demasiado malos, países en vía de desarrollo. Este es el pecado original de la cooperación. Y personalmente pienso que no hemos sido todavía capaces de encontrar una forma de bautismo capaz de borrarlo.

Los procesos de globalización

A lo largo de los años que van de la descolonización a hoy, se han sucedido varias teorías acerca de la cooperación internacional. No tenemos aquí tiempo de analizarlas. Basta pensar en las diferentes expresiones que han acompañado la historia de la cooperación de estos años: Tercer Mundo: países desarrollados y países subdesarrollados, Norte-Sur; Centro - Periferia. Luego "basic needs" (necesidades básicas); industrialización; traslado de tecnologías; revolución verde; democratización. Para cada estación una receta nueva. Pero, siempre, bajo la hipoteca del desarrollo y la concepción del desarrollo mismo. Más adelante abordaremos este tema. Sin embargo, antes hace falta poner en evidencia los cambios ocurridos después del fin de la era bipolar y el principio de los procesos de globalización. Procesos que, incluso entrados en una crisis profunda, continúan igualmente inspirando las economías y las políticas actuales. La crisis financiera y de los mercados, que estamos viviendo, a menudo de manera dramática en este período, no ha puesto en crisis el pensamiento único. Los caminos de solución recorren los mismos esquemas que han conducido a la crisis actual y no ponen en cuestión la ideología neoliberal. Es una oportunidad fallida. Esta crisis, en efecto, si todos hubiésemos sido capaces de valorarla como oportunidad de cambio radical de nuestro modelo de desarrollo, hubiera podido representar el punto de partida para una humanización de la economía y para construir una mayor justicia internacional. Ésta habría podido ser la ocasión para invertir la ruta en muchos sectores: aquel de una economía más justa que respetas el derecho a la vida para todo el mundo; de una política de los bienes comunes que no pueden ser sometidos a las leyes de mercado, veamos, por ejemplo, el agua; de un respeto mayor de la naturaleza, en la conciencia que el progreso sólo puede darse con la naturaleza y no contra ella; de un replanteamiento nuevo de las prioridades económicas que favorezcan las producciones relacionadas con la vida, no con los gastos militares. Una sociedad dónde se reanuden las uniones de solidaridad, abandonando el modelo actual que prima la competitividad de todos contra todos. Podríamos continuar haciendo una larga lista. Todo para tomar conciencia que no hemos sido capaces de superar hacia adelante esta crisis, perdiendo una ocasión de cambio y nueva humanización. Mientras tanto la globalización neoliberal sigue dominando las relaciones económicas.

La palabra globalización es, por lo menos, ambigua. En efecto en ella se ponen de relieve elementos positivos y negativos. De una parte el mundo se vuelve cada vez más una aldea con uniones y vínculos que superan los confines de los estados. Después de Chernobil tenemos que decir que si el cielo no tiene confines, también hace falta superar las fronteras que hay sobre la tierra. La conferencia de Copenhague está ahí para demostrarlo. Por parte, en cambio, la globalización tal como ha ido configurándose después de Reagan y la Señora Tatcher, ha asumido el carácter de globalización neoliberal. Para quien ha desarrollado una actitud crítica, no es la globalización en si misma un objeto de la crítica, cuánto esta globalización neoliberal sometida por la que Jacques Attali ha llamado hiperclase, evidenciando la necesidad de dar una guía diferente a la globalización misma que la ponga al servicio de la gente y las culturas sin sacrificar las identidades y el futuro de la naturaleza y los hombres. En este sentido, como dice Alberto Cuevas, "la globalización lleva consigo la idea de una integración y convivencia universal, que ofrece esperanzas y optimismo a grandes multitudes, prometiendo igualdad, justicia social y, sobre todo, solidaridad." Pero esta no es la globalización que conocemos. La que nosotros conocemos es la globalización que crea cada vez más asimetrías.

1. la asimetría de la polarización de quien se beneficia de la misma (globalización) y quién se perjudica, entre vencedores y perdedores,

2. la asimetría por la que los países en desarrollo son en todo caso más expuestos a los efectos de las crisis económicas internacionales, con una evidente consolidación de países y sectores económicos ya fuertes,

3. la asimetría entre mercado financiero y mercado del trabajo, con una consolidación de lo primero con respecto del debilitamiento del segundo,

4. la asimetría fiscal que prima a las multinacionales al sustraerse completamente, o casi, a cada forma de cobro fiscal en detrimento de las empresas medianas y pequeñas que, en muchos casos, son las únicas solas en sustentar la ocupación,

5. la asimetría que comporta la escisión entre mercado, derecho y Estado, en el sentido que las leyes de mercado cruzan las normas y las fronteras de los estados,

6. la asimetría que existe en la distribución de las ventajas y los privilegios o bien la pesada y dramática desigualdad en el acceso a los recursos. El acceso a la tecnología informática, un ordenador por ejemplo, cuesta al habitante de Bangladesh más de 8 años de renta mientras al americano medio el equivalente del sueldo de un mes,

7. las asimetrías que se dan dentro de una nación y, en particular, en aquellas más integradas en los procesos de globalización. En los EE.UU., por ejemplo, en los últimos 20 años el 5% de las familias ricas ha concentrado un incremento de la riqueza igual al de 50 millones de familias.
Todo esto se mantiene, o bien se legitima gracias a la hegemonía cultural neoliberal cuyo interior ideológico es constituido por lo que Ignacio Ramonet ha llamado “el pensamiento único", es decir de la idea que la globalización sea sustentada conceptualmente por la primacía del mercado y todo lo que a ello sirve para expandirse, para hacerse cada vez más autónomo. El teorema es ejemplar: “el mercado posee en si los medios para autorregularse y, libre de vínculos y de condicionamientos, sobre todo del Estado, produce un formidable poder de expansión”.

Uno de los capítulos más importantes de la ideología de la globalización y el pensamiento único es la primacía de la economía sobre la política. Esta primacía consiste en la autonomía misma del mercado. Para el neoliberismo la libertad individual no es el resultado de la democracia política o los derechos garantizados de parte del Estado, la libertad es el resultado de la lucha contra el Estado y significa estar libres de la injerencia del Estado mismo el que, si es posible, tiene que limitarse a establecer las reglas que puedan facilitar el libre juego del mercado.

Es el anarcocapitalismo como lo ha definido el economista Serge Latouche. El mundo reducido al mercado. Cada realización tal como cada aumento de la cotización de empresas, coinciden con una extensión del paro. La “destrucción creadora”, como la define Schumpeter, es el máximo, comportando para la sociedad una doble carga: el coste de las inversiones y la asistencia a los parados. Es un “crecimiento perverso”, como la define Ignacy Sachs (1998) dónde la hipertrofia del sector de producción de los bienes no esenciales —la producción por la producción— frena fuertemente el desarrollo de los otros sectores de la economía —infraestructuras, bienes intermedios, bienes de consumo esencial— y mina el potencial desarrollo. No es el individuo sino el mercado, por lo tanto, el sujeto de la historia por que sólo es el mercado quien determina la libertad y el éxito del individuo.

A la dictadura del mercado se acompaña la dictadura “de la palabra única y la imagen única” que como dice Eduardo Galeano, (El monopolio del poder en un mundo de mudos), es “mucho más desoladora que la del partido único, imponiendo en todo sitio el mismo modo de vida, asignando el título de ciudadano ejemplar al consumidor dócil, espectador pasivo, construido en serie a escala planetaria, según un modelo propuesto por la televisión comercial.” La cultura del mercado, del consumo y del derroche se extiende a todo lugar, contagiando hasta la vieja y culta Europa, además de los países emergentes conquistados por el venenoso coktail de sangre, valium y publicidad que caracteriza los mensajes de los medios de comunicación de masa.
Este es un mundo sin pathos y sin ethos, como diría el teólogo Leonardo Boff (Ethos mundial). Un mundo que los medios de comunicación nos presentan como el único posible,

- los pueblos han sido reemplazados por los mercados,
- los ciudadanos por los consumidores, los clientes,
- las naciones por las empresas,
- las ciudades por las urbanizaciones,
- las relaciones humanas por la competencia comercial,
- la democracia por el mercado como presunta expresión natural de la sociedad que decreta la extinción de la heterogeneidad social, la homogeneización de los valores y el consumismo y declara el fin de los Estados y las culturas nacionales.

Justamente el sociólogo Zygmun Bauman, dice: “La globalización es el resultado de la batalla del capital para hacerse independiente del espacio e inapreciable de la política”.

Quiero disculparme, compañeros y compañeras, si he hecho esta larga digresión sobre el tema de la globalización. Sin embargo he creído necesario hacerla porque creo que —incluso no subestimando las grandes contradicciones que han caracterizado a la cooperación en el pasado— la globalización neoliberal le ha dado el golpe definitivo. Ella en efecto ha robado el alma a la cooperación, ha destruido definitivamente su identidad. ¿Qué significa hoy hacer cooperación? ¿Quizás hacer entrar los países pobres en un mercado que tiende a deshumanizarlos, a robar su cultura y su identidad, a anular su diversidad? No es casualidad que hoy sean propuestos modelos de cooperación que ponen junto público y privado, donde lo privado casi siempre significa las grandes empresas multinacionales. Tenemos que las multinacionales del agua que hacen cooperación, después de haber explotado por su propio interés los recursos hídricos que son un bien común. Se comprende bien que una ideología como la del pensamiento único tienda a garantizar no que cada pueblo y cada cultura pueda tener plena ciudadanía en el mundo, con la posibilidad de expresar sus propias características y sus propios valores, sino a hacer un mundo dónde todo es controlado por leyes férreas de un mercado cuyo fin no es la posibilidad para las personas de poder vivir decorosamente, sino solamente para el provecho y el interés. Todo es negado a los pobres, no sólo la riqueza sino el derecho a estar en el mundo, a existir. A ellos es negada la ciudadanía. Los pobres, ciertos, siguen siendo explotados, cuando es necesario para el provecho, pero sobre todo son echados fuera, excluidos. Hoy la nueva división del mundo no está solamente entre ricos y pobres sino, sobretodo, entre incluidos y excluidos.

Desarrollo: ¿una palabra tóxica?

"tóxico." Es el adjetivo usado por Serge Latouche para poner en evidencia la ambigüedad del término y la concepción del desarrollo. Latouche escribe: "parece evidente que hay necesidad de cambiar el sistema, de modificar las reglas. Hace falta cambiar el mundo. Frente a muchas injusticias, a muchas absurdidades y a muchos peligros es urgente cambiar el modo de vivir. ¿Sin embargo, esa otra sociedad que tanto soñamos como es? ¿Cuál es el camino para llegar? ¿Se trata de inventar otra economía, otro crecimiento, otro desarrollo, otra tecnología, otra ciencia? ¿O de predisponer y reconstruir culturas humanas y de convivencia? ¿Es quizás la cultura otro aspecto más de la economía? ¿Cambiar sistema, cambiar paradigma, no significa cambiar sociedad quizás decir adiós a la economía, al dominio de la economía, de la técnica, acabar con la obsesión del crecimiento cuantitativo para redescubrir los verdaderos valores, lo social y lo cultural?".

En el 1990 sale la primera redacción de la Agencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Desde entonces esta redacción anual se vuelve uno de los puntos de referencia ineludible para los que siguen los problemas de desarrollo, globalización y cooperación. La redacción es fruto del trabajo de un grupo de eminentes economistas y expertos de las problemáticas del desarrollo. Esta primera redacción define el “ISU”, Indicador de Desarrollo Humano: operación que será precisada ulteriormente en las relaciones siguientes. La novedad viene dada por el cálculo del ISU, partiendo de la conciencia de que el índice de desarrollo usado hasta ahora, del Pib, Producto interior bruto, es enormemente parcial porque identifica el desarrollo con el crecimiento económico y reduce el bienestar a hecho puramente económico. Vienen por lo tanto establecidos algunos nuevos indicadores, como la esperanza de vida, la mortalidad infantil, la alfabetización. En el mismo año Vandana Shiva, una economista hindú da a las prensas un texto que representa un fuerte ataque al concepto mismo de desarrollo: “El desarrollo habría tenido que ser un proyecto de post-colonialismo, la elección de aceptar un modelo de progreso, según el cual el mundo entero se habría reconstruido por sí mismo siguiendo el ejemplo del moderno Occidente colonizador, sin tener que padecer el sometimiento y la explotación implícita en el colonialismo. Lo contratado fue que el progreso de estilo occidental fuera posible para todos. Se hizo pues coincidir el desarrollo, entendido como aumento del bienestar colectivo, con la occidentalización de las categorías económicas: de las necesidades, de la productividad, del crecimiento. (...) El desarrollo fue reducido por lo tanto a una continuación del proceso de colonización; una extensión del proyecto de creación de riqueza en la moderna visión patriarcal del oeste, basado en la explotación y la exclusión de las mujeres, occidentales y no, sobre la explotación y sobre el deterioro de la naturaleza, y por fin sobre la explotación y la erosión de las otras culturas.” Para Vandana Shiva el desarrollo es un nuevo proyecto del patriarcado occidental al cual se debe resistir. Los pueblos no tienen que “desarrollarse”, deben “sobrevivir” al desarrollo”. El mismo concepto es expresado, con otras palabras, de Serge Latouche cuando afirma que el sistema ya ha colonizado nuestro propio imaginario. El occidente no ha conquistado el mundo solo con los ejércitos, también lo ha hecho con elementos simbólicos “cuyo dominio abstracto es más insidioso, pero también menos contestable. Lo esencial de la producción mundial de 'símbolos' es concentrado en el Norte, o bien es construido en talleres controlados por ellos, según sus normas y modalidades. Somos pues, un auténtico imperio cultural. Desde este punto de vista, el dominio y el prestigio de occidente sobre el resto del mundo se expresa, en sus aspectos más venenosos, en la práctica la ayuda no es otra cosa , más que depredación o expoliación colonialista. Hasta ahora el occidente ha vencido a nivel de lo imaginario. El desarrollo ha sido, y es todavía, la occidentalización del mundo o bien el desarraigo de las culturas tradicionales”. Y Latouche concluye: “Integrando las varias partes del mundo en el mercado mundial, el occidente ha hecho algo de más que modificar los modos de producción: ha destruido el sentido del sistema social, cuyos modos estaban estrechamente conectados”.

El pasado dice que con la cooperación internacional y la similar ayuda pública al desarrollo, no sólo no se han solucionado los problemas, sino que ha empeorado la situación. Ayuda y cooperación se han convertido cada vez más en la continuación de la dominación colonial, promoción de las empresas y los modelos productivos europeos y nacionales, ocasión para deshacerse del superávit agrícola y alimentar la creación de dependencia política, para el empobrecimiento de los pobres. Marco Deriu, un sociólogo italiano escribe: “Las políticas de desarrollo, concretamente, han determinado en muchos países del Sur del mundo la destrucción sistemática de las formas de pobreza y convivencia practicadas por las comunidades locales, devaluando y reemplazando las formas de producción por la subsistencia, para imponer el imperativo del crecimiento. Han echado por lo tanto las bases de una economía de mercado orientada al crecimiento, que significa un economización de la sociedad, una multiplicación de las necesidades, una mayor dependencia individual y social de la producción, de la renta monetaria y del consumo, en una competición de todos contra todos que eleva las posibilidades de enriquecimiento para algunos, mientras condena a la miseria a todos los otros”. En una palabra, desarrollo y cooperación se han vuelto una inmensa y programada fábrica de miseria. Con un problema añadido, engañar a los más pobres y los más débiles, enseñándoles las lentejuelas de un modelo de sociedad que, en los hechos, solo premia a los ricos.
Hasta aquí lo que podríamos definir a los detractores del desarrollo. Otros, sin embargo, incluso poniendo en evidencia las ambigüedades del término desarrollo, creen que están ante una furia iconoclasta contra este término y este concepto. La palabra cooperación tiene que ser acompañada absolutamente por un término, una finalidad.

Pasquale De Muro, profesor de economía en la Universidad de Roma, escribe acerca de esto: “cooperar significa “obrar juntos en vista de un objetivo común.” “En efecto, existen a nivel internacional la cooperación científica, la cooperación militar, la cooperación comercial, etc. Hablar genéricamente de solidaridad y cooperación internacional significa decir casi nada: ¿cuál es el objetivo común de trabajar juntos? ¿Si no se coopera más para el desarrollo, se coopera para qué? El problema es que, una vez eliminado el desarrollo, no me parece que hayamos sido capaces, al menos hasta ahora, de reemplazarlo con otro objetivo común igualmente aglutinante. Los candidatos son numerosos: la paz, los derechos, los bienes comunes, la política ambiental, una diferente economía. La cooperación ya no tendría un objetivo único para una pluralidad de objetivos: se convierte en cooperar a una lista de cosas heterogéneas”.

Las críticas al desarrollo han tenido objetivos diferentes. Algunas corrientes han sugerido rechazar completamente el desarrollo y reemplazarlo con otras referencias, solidaridad, convivencia, felicidad, autosuficiencia, decrecimiento. Otras corrientes, en cambio, han intentado enmendar o corregir el concepto: el desarrollo, que fue puramente "económico" al principio, llenarlo progresivamente de contenido social, community-driven, desarrollo desde abajo, endógeno, local, etcétera . De Muro continua: “Las raíces de la ambigüedad se pueden localizar no tanto preguntándose ¿qué desarrollo? Y contestando con un adjetivo. Y preguntarse "¿desarrollo de qué?". Si intentamos contestar a la segunda pregunta, aparece claro que el discurso predominante, sobre todo entre los economistas, hace referencia al "desarrollo de las fuerzas productivas." En este sentido, desarrollo asume una cantidad de sentidos interrelacionados como: crecimiento económico, o sea del PIB; acumulación de capital; cambio de la estructura económica; modernización. Es evidente que el desarrollo entendido de este modo es efectivamente un típico producto de la cultura occidental, y ha gozado de un amplio consentimiento internacional hasta el principio de los años 70. Todavía ésta es la acepción predominante entre políticos y economistas. Si hacemos referencia, pues, al desarrollo de las fuerzas productivas, la crítica cultural al desarrollo es fundada plenamente”. Y continua: “Sin embargo, a la pregunta “¿desarrollo de qué?”, se puede contestar también en otros modos. Existe, en efecto, otra tradición de pensamiento, que tiene raíces en Aristóteles, pasa por Marx, y llega hoy a Sen, que ofrece una visión diferente. Sobre la base de esta tradición, es ante todo necesario distinguir entre los medios y los objetivos del desarrollo. Si es verdad que el crecimiento y la modernización económica son potentes instrumentos de desarrollo, aunque no siempre son los únicos o los mejores, también es verdad que el consiguiente crecimiento de la disponibilidad de mercancías no puede ser considerado un objetivo en si. Después de todo, lo que cuenta realmente es el tipo de vida a que conduce, nuestro bienestar, las libertades sustanciales de que gozamos. Las mercancías, aunque preciosas, son solamente un medio, entre los otros, que podemos utilizar a tal objetivo. El objetivo del desarrollo puede ser concebido entonces como una expansión de nuestra libertad de poder valorar y elegir un tipo de vida al que damos valor. Esta definición no puede ser tachada de ser un producto de la cultura occidental, porque es posible también localizar aspiraciones y piropos hacia estos valores en muchas culturas "no occidentales." Adoptando, pues, una idea de desarrollo que se refiere directamente al hombre antes que a las fuerzas productivas, los principales argumentos de la crítica cultural vienen a caer”

La discusión continua y continuará durante tiempo. A mí me parece que, si quisiéramos hacer una síntesis, deberíamos recurrir a Wolfang Sachs que sustenta que el desarrollo pertenece más a la esfera de la ética que a la de la política. Él contempla la liberación de la personalidad humana de todos los hombres. “Para eso es necesario identificar los recursos reales, humanos y físicos, desperdiciados, subutilizados o latentes, susceptibles de ser movilizados para producir colectivamente e individualmente los bienes y los servicios que respondan a las necesidades profundas de la sociedad”. Son programáticas acerca de esto las palabras la encíclica "Populorum Progressio" escrita hace cuarenta años por Papa Pablo VI: “El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para haber desarrollo auténtico, tiene que ser integral, y debe servir para la promoción de cada hombre y todo el hombre. Como ha sido subrayado justamente por un eminente experto: "Nosotros no aceptamos separar lo económico de lo humano, el desarrollo de la civilización dónde se introduce. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada grupo de hombres, hasta comprender la humanidad entera."

La cooperación: de las necesidades a los derechos

Recomenzamos desde el principio de esta charla. Cuando hemos hablado de la crisis que estamos viviendo a nivel internacional. Una crisis, que habría podido señalar una nueva oportunidad para restablecer un equilibrio dentro de este mundo desequilibrado, dónde los ricos se vuelven cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Una crisis que llega dentro a un mundo globalizado, donde los confines, al menos para la economía, son cada vez más lábiles. Los motivos que han llevado a esta crisis están sin duda en otros muchos. Permitidme sin embargo decir que el motivo más fuerte ha sido haber concebido la economía como algo de la vida. El sistema neocapitalista y liberalista ha abstraído completamente la economía de la vida, haciendo de ella un tipo de ciencia aparte atento solo a la creación de provecho, sin otras preguntas. Y hace falta ponerse preguntar: por ejemplo sobre las cosas que se producen. De este modo se ha equiparado la producción de armas a la producción de comida. "Pecunia non olet” (el dinero no huele), dijeron los latinos.

Sobre las consecuencias de la creación de provecho para los equilibrios ecológicos hemos llegado a un punto en que estamos obligados, por la naturaleza, a cambiar el modelo de producción y consumo. Sobre todo no se ha preguntado nunca a qué y a quien sirve de verdad la riqueza. O, mejor, a esta pregunta se ha contestado que la riqueza sirve a hacer otra riqueza. De este modo la riqueza se ha vuelto fin a ella misma. La persona, cuya vida habría tenido que ser el fin de la riqueza se ha convertido en medio. Mujeres y hombres son sólo productores o consumidores, medios para construir el provecho, y la riqueza ha ido cada vez más acumulándose en las manos de las elites económicas y financieras. Según una relación de las Naciones Unidas sobre la distribución de la riqueza en el mundo, solo 1% de la población detenta el 50% de la riqueza. Estamos frente la injusticia asumida como sistema y forma de las relaciones económicas. De otra parte, el mismo lenguaje que ya usamos rezuma esta cultura. Ya en el 1991, una relación del banco mundial afirmó que en el mundo existen más de (un milliardo) mil millones de personas definidas como "inútiles." Es decir, gente, de la que se puede prescindir, que no entran en el juego de la vida colectiva mundial, que tampoco es necesario explotar para enriquecerse. Personas inútiles, nada más. Un teólogo latino americano ha llegado a decir que también a los pobres han sacado la posibilidad de explotarlos. Gente que confiar a la beneficencia, a las organizaciones internacionales, a la iglesia y a sus obras misioneras, a las "Madre Teresa" de turno. Personas no de insertar en la sociedad, sino de tener fuera, de "ayudar, a lo sumo." En el programa electoral de Silvio Berlusconi uno de los eslóganes fue: "Ayudar a quién ha quedado atrás." No hubo en el programa el empeño de “no dejar atrás a nadie”. Casi que en este mundo no se tenga que perseguir la posibilidad, para todos, de vivir decorosamente, sin dejar atrás a ninguno.

Deriva de aquí una primera consecuencia: en este momento histórico el verdadero problema del mundo no es la pobreza sino la riqueza. Hasta tanto no inventemos un sistema de relaciones económicas que distribuya la riqueza, crearemos una sociedad mundial cada vez más injusta, que excluye de la vida masas crecientes de personas. El desafío, por lo tanto, no es de reducir la pobreza —el fracaso de los objetivos del milenio lo demuestra— sino de reducir la acumulación de riqueza. Si la cooperación internacional se limitara solamente a tratar de reducir la pobreza, sin intervenir en los mecanismos que engendran la acumulación alterada de riqueza, amenazaría con sólo ser asistencia temporal, que no incide sobre las causas de la pobreza. Y hace falta decir que nuestros países ricos son buenos en hacer promesas que, de salida ya se sabe que no serán mantenidas. Por eso pienso que la solemne proclamación de los, así llamados, “objetivos del milenio” haya sido un acto de hipocresía culpable. No es lícito engañar a los pobres.

La segunda consecuencia, quizás más importante, es que la cooperación internacional tiene que parar de afrontar las necesidades de las personas, de los grupos humanos o de las naciones pobres, para dirigirse en cambio en el empeño porque sean reconocidos y respetados los derechos a todo. Existen derechos inalienables a los cuales no está permitido derogar. Ante todo los derechos a los bienes comunes que no pueden convertirse en objeto de mercado. El derecho al agua, primeramente. Ese derecho que las cumbres internacionales se niegan de aceptar como tal, relegándolo a la esfera de las puras necesidades. Luego el derecho a la alimentación para todos, tal como el derecho al medioambiente. Quien cree en la cooperación internacional tiene necesariamente que volverse militante político para que estos derechos sean reconocidos y respetados. Teniendo en cuenta una cosa importante: cuando un derecho es reconocido debe ser coagente, más importante, es decir, de los planes económicos, de las estrategias políticas de desarrollo y de cualquier otra cosa. Quien esté empeñado en la cooperación no puede no ser también militante de los derechos humanos. La cooperación, si quiere ser de verdad sí misma, tiene que estar no tanto atenta a las estructuras o a las infraestructuras, como a las personas. Debe ser motor arrastrante de un cambio político, económico, pero también cultural, que ponga los derechos de todos en el centro de cada decisión. Quizás sea tiempo de entender que o la cooperación se vuelve el punto de salida por un cambio global de política, de economía y de cultura, o bien continuará engañando a los pobres y construyendo miseria.

La tercera consecuencia es que hace falta acabar con la política de las ayudas y los proyectos dirigidos a si mismo. Los países pobres no necesitan ser ayudados, sino poder jugar su papel en el mundo, sin condicionamientos de carácter colonial. Un economista africano ha escrito recientemente: “El énfasis recóndito sobre la ayuda antes que sobre el incremento del comercio ha demostrado que las acciones de los occidentales son responsables de la pobreza en África. En efecto décadas de ayuda extranjera en África, en lugar de estimular el crecimiento, han animado el derroche y la corrupción. Por ejemplo, la ayuda ha financiado el 40% de los gastos militares en África. Del mismo modo, la cancelación de la deuda ha fracasado porque no pone tope a los países africanos de endeudarse de nuevo. Una mirada al África de hoy revela que la mayor parte de las ayudas extranjeras son usados para financiar proyectos mastodónticos pero inútiles. La mayor parte de estos proyectos no se han completado nunca y por consiguiente han sido abandonados. Por ejemplo, la acerería de Ajaokuta en Nigeria se ha tragado 4 mil millones de dólares pero no ha sido acabada nunca. Cuando, en el 1998, se acabó en Nigeria la dictadura militar, se encontraron relaciones que denunciaban que el proyecto sólo costó cerca de 2 mil millones yéndose los otros 2 mil millones de dólares en tangentes” (Tompson Ayudele).

Por esto, y llegamos a la quinta consecuencia, quizás la más importante, la cooperación debe ser "relación" entre personas, grupos y pueblos diferentes que se ayudan a vivir, a vivir juntos y a vivir bien. Sabiendo que "ninguna persona, ningún grupo social, ningún pueblo es una isla." Qué necesitamos todos de los otros para constituirnos plenamente nosotros mismos. La globalización nos empuja a eso. Estamos llamados a ser humanidad-pueblo, dónde todos son responsables de todo. Por eso la cooperación no puede ser solamente expresión de la política extranjera de un país sino un tipo de política interior a este gran país que es el "mundo".

Para eso no hace falta salvar el mundo y hacerlo igual a nosotros sino construir relaciones respetuosas y generosas con los otros. Poner en el centro de la cooperación no el paradigma de las ayudas o el desarrollo sino aquel de las relaciones. Esto significa comprender que una práctica de solidaridad tiene sentido solo si se demuestra que es capaz de construir formas de relación y cambios sociales y culturales fuertes, intensos y duraderos. Se trata pues, de inventar prácticas que favorezcan el encuentro y el cambio de personas, de experiencias y de visiones del mundo que puedan permitir una contaminación, un cambio y una maduración recíproca entre nosotros y nuestras alteridades. Sobre la base de estas relaciones se podrá, por fin, reenvidar una idea de cooperación política en que cada uno, a partir del propio mundo y en relación al otro, se esfuerza por meterse a la igual frente a los mismos problemas que atraviesan nuestro tiempo, desde la desigualdad, a la mercantilización, a la explotación, a la guerra, a la crisis ecológica. Actuar juntos y simultáneamente, coordinando los esfuerzos de organizaciones occidentales y sujetos y de la comunidad de los países del Sur del mundo, en lugares diferentes y a niveles diferentes, pero con un proyecto común de transformación del mundo.

Por eso hace falta empezar también a afrontar de modo diferente las políticas migratorias. En este mundo ninguno es clandestino. Tenemos todos la ciudadanía en cuanto personas humanas. Estamos viviendo, acerca de esto, un drama sin precedentes, que condena a la muerte millares de personas culpables solamente de querer vivir decorosamente. El Mar Mediterráneo que tiene la vocación de hacer encontrarse pueblos y culturas diferentes, se ha transformado en un enorme cementerio a cielo abierto. De estas muertes, todos nosotros, directa o indirectamente, llevamos la responsabilidad. Europa tiene que entender que para muchos jóvenes, obligados a vivir en las grandes favelas a las otrillas de las ciudades afluentes, partir, emigrar, se ha convertido en un proyecto de vida. Y no servirán a parar este fenómeno ni los cierres ficticios de las fronteras, ni las dificultades y los riesgos del viaje, ni las leyes que hacen un crimen de la inmigración clandestina. Nada puede parar a quien también está dispuesto a morir con tal de partir.
Vivir y vivir bien es un derecho para cada mujer y cada hombre. Hacer cooperación significa ponerse juntos, de una parte a la otra del mundo, para garantizar a todas las personas este derecho. También limitando los egoísmos y tomando decisiones políticas que permitan la redistribución de las riquezas. Justo por esto, hacer cooperación no es neutral. Es necesario preguntar de entrada en el certamen político. Hacer elecciones precisas, ensuciarse las manos. La cooperación no es mendiga, ayuda ni caridad al uso de las almas bonitas. Sobretodo en este momento histórico es choque político, elección de campo.

Cuentan que el padre Louis Lebret, el inspirador de la encíclica Populorum Progressio, una tarde, cuando fue a la mesa con políticos, banqueros y empresarios, les pidió a ellos que dieran una definición del desarrollo. Las respuestas se extendieron de la “renta per cápita”, al número de las camas en los hospitales, de los kilómetros de calle asfaltada por habitante, al capital invertido en infraestructuras. Después de haberlos escuchado, Lebret les dijo: “Desarrollo es garantizar la felicidad de las personas. Pensadlo bien antes de gastar dinero en calles e infraestructuras.”

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