Una verdad tras otra.
jueves, 27 de mayo de 2010
Cuadros hechos con ordenador
Me encontré el programa Artrage en softonic, y estás son las primeras cosas que he hecho.
Pinchad en ellas para agrandarlas, están en orden cronológico:
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Artes Plásticas
domingo, 11 de abril de 2010
Otro paseo: por la música clásica
Entramos ahora en el mundo enorme y también muy desconocido de la música clásica, en este paseo la intención es mostrar la belleza de esta música, una música que no hay que entender, hay que sentirla.
Y empezamos con J. S. Bach y la obra, Air on G string
En este video que sigue, he querido mostrar una escena de la pelicula Amadeus, que muestra a Mozart componiendo su última obra antes de fallecer, el requiem.
Se dice que Mozart componía sus obras sin rectificar, las escribia directamente sin hacer bocetos, una de las curiosidades del Genio.
Pasamos ahora a escuchar a Tomaso Albioni, adagio for organ and string
Maurice Ravel: Pavane pour une infante dèfunte.
Chopin...
Bethoven, concierto para piano Nº 5, segundo movimiento
Juaquin Rodrigo. Concierto de Aranjuez
Tchaikovsky, sinfonía Nº 6 "Patética"
Federico Torroba, Suite Castellana
...y bueno llegamos al final de este paseo,
hastaluego!
Y empezamos con J. S. Bach y la obra, Air on G string
En este video que sigue, he querido mostrar una escena de la pelicula Amadeus, que muestra a Mozart componiendo su última obra antes de fallecer, el requiem.
Se dice que Mozart componía sus obras sin rectificar, las escribia directamente sin hacer bocetos, una de las curiosidades del Genio.
Pasamos ahora a escuchar a Tomaso Albioni, adagio for organ and string
Maurice Ravel: Pavane pour une infante dèfunte.
Chopin...
Bethoven, concierto para piano Nº 5, segundo movimiento
Juaquin Rodrigo. Concierto de Aranjuez
Tchaikovsky, sinfonía Nº 6 "Patética"
Federico Torroba, Suite Castellana
...y bueno llegamos al final de este paseo,
hastaluego!
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Música
Walt Whitman
“No hay posibilidad alguna de que la belleza no de fruto”.
Walt Whitman.
Fragmento de: Canto a mí mismo,
del libro Hojas de hierba de su autor, Walt Whitman.
Me canto a mí mismo,
y lo que yo acepto tú aceptarás,
pues cada átomo de mí también es parte de ti.
Paseo e invito a mi alma,
paseo a mi aire y me inclino…a observar una brizna de hierba de verano.
[…] Mi respiración e inspiración…los latidos de mi corazón…la circulación de la sangre y del aire por mis pulmones, el aroma de hojas verdes y de hojas secas, de la costa
y de las rocas marinas de colores oscuros, y del heno en el pajar,
el sonido de las palabras graves de mi voz…palabras libres en los remolinos del viento,
unos pocos besos fugaces…unos abrazos…un estrecharse, el juego de sol y sombra en los árboles al agitarse las ramas suavemente,
el placer bien en la soledad o en el bullicio de la muchedumbre, o en campos y colinas,
el sentirse bien…el trino del mediodía…mi canto al levantarme y encontrarme con el sol.
[…]Quédate conmigo este día y esta noche y tendrás el origen de todos los poemas,
tendrás lo bueno de la tierra y del sol…quedan millones de soles,
no volverás a experimentar las cosas de segunda o tercera mano…ni verás con los ojos de los muertos…ni te alimentarás de espectros en los libros,
tampoco verás a través de mis ojos, ni conocerás las cosas a través mío,
oirás a todos y discernirás por ti mismo.
He oído lo que hablaban los que estaban hablando…el habla del principio y del fin,
pero no hablo ni del principio ni del fin.
Nunca hubo más comienzo que ahora,
ni más juventud o vejez que hay ahora;
y nunca habrá más perfección que hay ahora,
ni más cielo ni infierno que hay ahora.
Anhelo, anhelo, anhelo,
siempre el anhelo procreador del mundo.
De lo borroso surgen opuestos iguales…siempre sustancia e incremento,
siempre un tejido de identidad…siempre distinción…siempre un linaje de vida.
[…] Clara y dulce es mi alma…y claro y dulce es todo lo que no es mi alma.
Si falta uno faltan los dos…y lo que no se ve, se prueba por lo que se ve,
hasta que deja de verse y así es a su vez probado.
Mostrando lo mejor y separándolo de lo peor, cada generación ofende a las demás,
conociendo la perfecta propiedad y equilibrio de las cosas,
mientras polemizan guardo silencio y voy a bañarme y admirarme.
Bienvenido cada uno de mis órganos y atributos, y los de todo hombre bueno y limpio,
Ni una pulgada ni la parte más ínfima de una pulgada es despreciable, y ninguna ha de ser menos conocida que el resto.
Me siento satisfecho…veo, bailo, río, canto;
[…]Me rodean paseantes y curiosos,
gente que encuentro…efecto que sobre mí tiene mi vida anterior…del barrio y de la ciudad en que vivo…del país,
las últimas noticias…descubrimientos, inventos, sociedades…autores viejos y nuevos,
mi comida, ropa, colegas, aspecto, negocio, saludos, obligaciones,
la indiferencia real o fingida de un hombre o mujer a los que quiero,
la enfermedad de uno de mis padres, o mía…o una mala acción…o la pérdida o falta de dinero…o las depresiones o las euforias,
vienen a mí de día o de noche y se van otra vez,
pero no son mi Yo mismo.
Aparte de todo este tira y afloja está lo que soy,
está divertido, complaciente, compasivo, ocioso, unitario,
mira hacia abajo, está de pie, reposa el brazo sobre un apoyo inmaterial,
mira curioso con la cabeza ladeada lo que viene a continuación,
formando parte al mismo tiempo del juego y fuera de él,
observándolo e investigándolo.
Veo retrospectivamente los días en que me afanaba entre la niebla
con lingüistas y polemistas,
no tengo engaños ni pruebas…lo constato y espero.
Creo en ti mi alma…el otro que yo soy no debe humillarse ante ti,
y tú no debes humillarte ante el otro.
Descansa conmigo en la hierba…suelta el freno de tu garganta,
ni palabras, ni música ni poesía quiero…ni historia ni discurso, ni siquiera los mejores,
sólo me gusta el murmullo, el susurro de tu voz templada.
[…] y sé que la mano de Dios guía mi mano,
y sé que el espíritu de Dios es el que guía mi espíritu,
y que todos los hombres que han existido también son mis hermanos…y todas las mujeres mis hermanas y amantes,
y que un soporte básico de la creación es el amor.
[…] hasta el retoño más pequeño es muestra de que en realidad no hay muerte,
y si alguna vez la hubo fue por delante de la vida, y no espera al final para detenerla,
y dejó de existir en el momento en que apareció la vida.
Todo progresa y se expande…y nada se destruye,
y morir es distinto de lo que todo el mundo suponía, y más afortunado.
[…] Experimento la muerte con el que muere, y el nacimiento con el niño al que acaban de limpiar… y no soy sólo lo que está entre mi sombrero y las botas,
y examino objetos multiformes, no hay dos iguales, y todos son buenos,
la tierra es buena, y las estrellas son buenas, y todos sus satélites son buenos.
No soy una tierra ni satélite de una tierra,
Soy el colega y compañero de la gente, todos igual de inmortales e insondables
que yo mismo;
Ellos no saben cuán inmortales, pero yo sí lo sé.
[…] Muéstrate como eres…para mí no eres prescindible,
[…] Bueyes que hacéis sonar el yugo o que os detenéis a la sombra, ¿qué queréis decir con la mirada?
Me parece a mí que toda la letra impresa que he leído en la vida.
Mi paso asusta al pato y a la pata salvajes en mi deambular distante de todo el día,
juntos levantan el vuelo, lentamente hacen un círculo alrededor.
…Creo en esas intenciones aladas,
e identifico al amarillo rojizo y al blanco que juegan en mi interior,
y considero que el verde y el violeta y el copete emplumado
tienen un sentido;
y no llamo a la tortuga inútil porque no sea otra cosa,
y el sinsonte de la ciénaga nunca estudió solfeo, sin embargo su trino para mí es bueno,
[…]Soy de viejos y de jóvenes, de los necios y de los sabios,
sin importarme los demás, siempre importándome tanto los demás,
tan maternal como paternal, tan niño como hombre,
repleto de la materia que es tosca, y repleto de la materia que es delicada,
uno de la gran nación, la nación de muchas naciones, lo mismo la más pequeña que la más grande.
[…]
.
.
.
Walt Whitman.
Fragmento de: Canto a mí mismo,
del libro Hojas de hierba de su autor, Walt Whitman.
Me canto a mí mismo,
y lo que yo acepto tú aceptarás,
pues cada átomo de mí también es parte de ti.
Paseo e invito a mi alma,
paseo a mi aire y me inclino…a observar una brizna de hierba de verano.
[…] Mi respiración e inspiración…los latidos de mi corazón…la circulación de la sangre y del aire por mis pulmones, el aroma de hojas verdes y de hojas secas, de la costa
y de las rocas marinas de colores oscuros, y del heno en el pajar,
el sonido de las palabras graves de mi voz…palabras libres en los remolinos del viento,
unos pocos besos fugaces…unos abrazos…un estrecharse, el juego de sol y sombra en los árboles al agitarse las ramas suavemente,
el placer bien en la soledad o en el bullicio de la muchedumbre, o en campos y colinas,
el sentirse bien…el trino del mediodía…mi canto al levantarme y encontrarme con el sol.
[…]Quédate conmigo este día y esta noche y tendrás el origen de todos los poemas,
tendrás lo bueno de la tierra y del sol…quedan millones de soles,
no volverás a experimentar las cosas de segunda o tercera mano…ni verás con los ojos de los muertos…ni te alimentarás de espectros en los libros,
tampoco verás a través de mis ojos, ni conocerás las cosas a través mío,
oirás a todos y discernirás por ti mismo.
He oído lo que hablaban los que estaban hablando…el habla del principio y del fin,
pero no hablo ni del principio ni del fin.
Nunca hubo más comienzo que ahora,
ni más juventud o vejez que hay ahora;
y nunca habrá más perfección que hay ahora,
ni más cielo ni infierno que hay ahora.
Anhelo, anhelo, anhelo,
siempre el anhelo procreador del mundo.
De lo borroso surgen opuestos iguales…siempre sustancia e incremento,
siempre un tejido de identidad…siempre distinción…siempre un linaje de vida.
[…] Clara y dulce es mi alma…y claro y dulce es todo lo que no es mi alma.
Si falta uno faltan los dos…y lo que no se ve, se prueba por lo que se ve,
hasta que deja de verse y así es a su vez probado.
Mostrando lo mejor y separándolo de lo peor, cada generación ofende a las demás,
conociendo la perfecta propiedad y equilibrio de las cosas,
mientras polemizan guardo silencio y voy a bañarme y admirarme.
Bienvenido cada uno de mis órganos y atributos, y los de todo hombre bueno y limpio,
Ni una pulgada ni la parte más ínfima de una pulgada es despreciable, y ninguna ha de ser menos conocida que el resto.
Me siento satisfecho…veo, bailo, río, canto;
[…]Me rodean paseantes y curiosos,
gente que encuentro…efecto que sobre mí tiene mi vida anterior…del barrio y de la ciudad en que vivo…del país,
las últimas noticias…descubrimientos, inventos, sociedades…autores viejos y nuevos,
mi comida, ropa, colegas, aspecto, negocio, saludos, obligaciones,
la indiferencia real o fingida de un hombre o mujer a los que quiero,
la enfermedad de uno de mis padres, o mía…o una mala acción…o la pérdida o falta de dinero…o las depresiones o las euforias,
vienen a mí de día o de noche y se van otra vez,
pero no son mi Yo mismo.
Aparte de todo este tira y afloja está lo que soy,
está divertido, complaciente, compasivo, ocioso, unitario,
mira hacia abajo, está de pie, reposa el brazo sobre un apoyo inmaterial,
mira curioso con la cabeza ladeada lo que viene a continuación,
formando parte al mismo tiempo del juego y fuera de él,
observándolo e investigándolo.
Veo retrospectivamente los días en que me afanaba entre la niebla
con lingüistas y polemistas,
no tengo engaños ni pruebas…lo constato y espero.
Creo en ti mi alma…el otro que yo soy no debe humillarse ante ti,
y tú no debes humillarte ante el otro.
Descansa conmigo en la hierba…suelta el freno de tu garganta,
ni palabras, ni música ni poesía quiero…ni historia ni discurso, ni siquiera los mejores,
sólo me gusta el murmullo, el susurro de tu voz templada.
[…] y sé que la mano de Dios guía mi mano,
y sé que el espíritu de Dios es el que guía mi espíritu,
y que todos los hombres que han existido también son mis hermanos…y todas las mujeres mis hermanas y amantes,
y que un soporte básico de la creación es el amor.
[…] hasta el retoño más pequeño es muestra de que en realidad no hay muerte,
y si alguna vez la hubo fue por delante de la vida, y no espera al final para detenerla,
y dejó de existir en el momento en que apareció la vida.
Todo progresa y se expande…y nada se destruye,
y morir es distinto de lo que todo el mundo suponía, y más afortunado.
[…] Experimento la muerte con el que muere, y el nacimiento con el niño al que acaban de limpiar… y no soy sólo lo que está entre mi sombrero y las botas,
y examino objetos multiformes, no hay dos iguales, y todos son buenos,
la tierra es buena, y las estrellas son buenas, y todos sus satélites son buenos.
No soy una tierra ni satélite de una tierra,
Soy el colega y compañero de la gente, todos igual de inmortales e insondables
que yo mismo;
Ellos no saben cuán inmortales, pero yo sí lo sé.
[…] Muéstrate como eres…para mí no eres prescindible,
[…] Bueyes que hacéis sonar el yugo o que os detenéis a la sombra, ¿qué queréis decir con la mirada?
Me parece a mí que toda la letra impresa que he leído en la vida.
Mi paso asusta al pato y a la pata salvajes en mi deambular distante de todo el día,
juntos levantan el vuelo, lentamente hacen un círculo alrededor.
…Creo en esas intenciones aladas,
e identifico al amarillo rojizo y al blanco que juegan en mi interior,
y considero que el verde y el violeta y el copete emplumado
tienen un sentido;
y no llamo a la tortuga inútil porque no sea otra cosa,
y el sinsonte de la ciénaga nunca estudió solfeo, sin embargo su trino para mí es bueno,
[…]Soy de viejos y de jóvenes, de los necios y de los sabios,
sin importarme los demás, siempre importándome tanto los demás,
tan maternal como paternal, tan niño como hombre,
repleto de la materia que es tosca, y repleto de la materia que es delicada,
uno de la gran nación, la nación de muchas naciones, lo mismo la más pequeña que la más grande.
[…]
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Poesía
sábado, 13 de marzo de 2010
Otro paseo: por sendas de la Música India
El Indostán (India y Pakistán) es la región del mundo cuya música difiere de cualquier otra. Su sistema musical no guarda relación con los establecidos en otras partes, posee una constitución singularísima cuyo origen se hace remontar a una muy lejana antigüedad, ya que el arte musical fue profesado según la mitología por el propio Krishna, con lo cual la tradición afirma su origen divino...
Para empezar, podemos hacerlo con Ravi Shankar y os propongo el tema "Morning Love", la mejor manera de empezar este paseo de sendas espirituales...
...Y su segunda parte.
Pasamos por las voces tradicionales de origen Sofi del Pakistan con Abida Parveen
Como vamos viendo a lo largo de los paseos, también hay lugar aquí para el encuentro de músicas entre oriente y occidente, al igual que el social, como podéis escuchar en este tema que sigue
Gualberto, otro artista en colaboración con ricardo miño, ha paseado por la música india y más concretamente por el "Sitar", dándole sus aires flamencos, es interesante su disco "Contrastes". Estas son unas bulerías.
Seguimos con el flamenco y escuchamos ahora esta belleza musical, seguirillas...
Para terminar, nos relajamos... Y volvemos a escuhar al maestro Ravi.
...Y nada, esto ha sido una pequeña caminada comparado con la amplitud, de instrumentos, de ritmos que tiene la música india, pero creo que os ha servido para acercaros a esta música un poco más, espero que os haya gustado y
nos vemos en otro paseo!
Para empezar, podemos hacerlo con Ravi Shankar y os propongo el tema "Morning Love", la mejor manera de empezar este paseo de sendas espirituales...
...Y su segunda parte.
Pasamos por las voces tradicionales de origen Sofi del Pakistan con Abida Parveen
Como vamos viendo a lo largo de los paseos, también hay lugar aquí para el encuentro de músicas entre oriente y occidente, al igual que el social, como podéis escuchar en este tema que sigue
Gualberto, otro artista en colaboración con ricardo miño, ha paseado por la música india y más concretamente por el "Sitar", dándole sus aires flamencos, es interesante su disco "Contrastes". Estas son unas bulerías.
Seguimos con el flamenco y escuchamos ahora esta belleza musical, seguirillas...
Para terminar, nos relajamos... Y volvemos a escuhar al maestro Ravi.
...Y nada, esto ha sido una pequeña caminada comparado con la amplitud, de instrumentos, de ritmos que tiene la música india, pero creo que os ha servido para acercaros a esta música un poco más, espero que os haya gustado y
nos vemos en otro paseo!
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Música
miércoles, 3 de marzo de 2010
Otro paseo, por las musicas con influencias africanas
La cultura africana ha sido caldo de cultivo para la creación de otras músicas, estando entre los más significativos paises como cuba, brasil o E.E.U.U.
El origen de estas músicas ha sido siempre de origen popular y como medio para "huir" de la represión social, las dificultades laborales y sobretodo como una instintiva forma cultural de expresarse musicalmente, como podemos ver en el siguiente video, de música afrocubana.
Podemos distinguir la música de orígen africano, porque en las voces suele haber un coro que responda al que da la voz principal de llamada.
Era una de las formas de amenizar el tiempo de trabajo.
Recordemos que los africanos eran tratados como esclavos en los países colonizados por los europeos hasta 1888, que se abolió la esclavitud.
Y esta música que nace de un origen local, se va desarrollando hasta tener las cualidades creativas para ser una expresión universal.
Nos vamos para brasil, y partimos desde musicas africanas de caracter religioso y el "choro" desarrollado por músicos populares de origen europeo, esta dos corrientes se mezlcaron para dar nuevas formas musicales como la samba, la bossa nova, pagode...
El siguiente video es del documental :El milagro de Candeal.
Podemos ver en este tema que sigue, el caracter vitalista de la música brasileña, una música fantástica llena de buena onda
Y por último nos vamos para los estados unidos
Nos vemos en otro paseo!
El origen de estas músicas ha sido siempre de origen popular y como medio para "huir" de la represión social, las dificultades laborales y sobretodo como una instintiva forma cultural de expresarse musicalmente, como podemos ver en el siguiente video, de música afrocubana.
Podemos distinguir la música de orígen africano, porque en las voces suele haber un coro que responda al que da la voz principal de llamada.
Era una de las formas de amenizar el tiempo de trabajo.
Recordemos que los africanos eran tratados como esclavos en los países colonizados por los europeos hasta 1888, que se abolió la esclavitud.
Y esta música que nace de un origen local, se va desarrollando hasta tener las cualidades creativas para ser una expresión universal.
Nos vamos para brasil, y partimos desde musicas africanas de caracter religioso y el "choro" desarrollado por músicos populares de origen europeo, esta dos corrientes se mezlcaron para dar nuevas formas musicales como la samba, la bossa nova, pagode...
El siguiente video es del documental :El milagro de Candeal.
Podemos ver en este tema que sigue, el caracter vitalista de la música brasileña, una música fantástica llena de buena onda
Y por último nos vamos para los estados unidos
Nos vemos en otro paseo!
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Música
lunes, 8 de febrero de 2010
Serie de poemas escogidos
De la brevedad engañosa de la vida
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.
Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
peligro corres, licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.
Luis de Góngora.
Rimas (V).
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares,
y espuma en las riberas.
En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas,
y en las ruïnas hiedra.
Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.
Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura,
y lloro en la hoja seca.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva,
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.
Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.
Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.
Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas
persigo en el océano
las náyades ligeras.
Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos
contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.
Yo sé de esas regiones
y do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el Cielo une a la Tierra.
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.
Gustavo Adolfo Bécquer.
Oscuridad
A un ciego de nacimiento
pregunté: Si no es enojo
Decid, ¿Qué es el color rojo?
¿Lo sentid cual yo lo siento?
Y respondió sin empacho,
pienso que será sin duda
como el olor de la ruda
como el gusto del gazpacho,
como horno de fuego lleno,
como pisar un abrojo,
aún creo que será rojo
el estampido del trueno…
Calló…Y aún son mi tormento
Aquellas definiciones,
¡Para cuantas sensaciones
soy ciego de nacimiento!
Joaquín María Bartrina
IV, La estatua (Poemetos de Alma Rubens)
Escultor: vengo a que esculpas mi estatua. Yo he inmortalizado mi alma
en caricias que nunca olvidarán los hombres.
Ahora quiero que tú inmortalices mi carne.
Por eso necesito que me esculpas desnuda,
porque sólo las líneas de mi carne son mías, y porque
tengo inefables secretos que merecen ser imperecederos.
Pero compréndeme, escultor, para que no me concibas semejante
a las amorosas que no tuvieron otro Don, que su cuerpo.
Concíbeme a mi como un pensamiento, como un
puro y noble pensamiento, ilumíname el rostro de luz íntima,
y esculpe las líneas de mi cuerpo, castas, ingrávidas, leves, anteriores,
cual si fueran los contornos de un alma.
José Manuel Poveda.
Nada
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento…
Mas ¡ay! ¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí, nada, nada!..-O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío…-
Que eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
…!y soy yo sólo el pensamiento mío!
Juan Ramón Jiménez.
Proverbios y cantares
(Fragmentos)
I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
II
Para dialogar,
preguntad, primero;
después…Escuchad.
VIII
Hoy es siempre todavía.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
XLVI
Se miente más de la cuenta
Por falta de fantasía:
También la verdad se inventa.
LIII
Tras el vivir y el soñar,
Está lo que más importa:
Despertar.
LVIII
Creí mi hogar apagado,
Y revolví la ceniza…
Me quemé la mano.
LXXXV
¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
Antonio Machado.
El piano
Bajo la tarde serena
con ritmo dulce y liviano,
solloza un piano lejano
la suavidad de su pena.
Todo mi pecho se llena
de la tristeza del piano
y pienso en la fina mano
bajo la que el piano suena…
Cada suspiro del viento
acerca hacia mí el acento
de la música preclara.
Y llora el alma sonora
como si el piano que llora
dentro del alma llorara.
Nicolás Guillén
Nocturno de la estatua
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir:” Estoy muerta de sueño”.
Xavier Villaurrutia.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatifecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepurtura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
u declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel hernández
Lázaro
Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
porque no la materia sino el tiempo
pesaba sobre ella,
oyeron una voz tranquila
llamándome, como un amigo llama
cuando atrás queda alguno
fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
yo no recuerdo el frío
extraño que brotaba
desde la tierra honda, con angustia
de entresueño, y lento iba
a despertar el pecho
donde insistió con unos golpes leves,
ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
cuando abrí los ojos
fue el alba pálida quien dijo
la verdad. Porque aquellos
rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
como rebaño hosco
que no a la voz sino a la piedra atiende,
y el sudor de sus frentes
oí caer pesado entre la hierba.
Alguien dijo palabras de nuevo nacimiento.
mas no hubo allí sangre materna
ni vientre fecundado
que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
con olor denso desnudaban la carne gris y fláccida como fruto pasado;
no el terso cuerpo oscuro, rosa de deseos,
sino el cuerpo de un hijo de la muerte.
El cielo rojo abría hacia lo lejos
tras de olivos y alcores;
el aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
como las ramas cuando el viento sopla,
brotando de la noche con los brazos tendidos
para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
y hundí la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra,
la tiniebla primaria
que su venero esconde bajo el mundo
lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
gritó, por las oscuras galerías
del cuerpo, agria, desencajada,
hasta chocar contra el muro de los huesos
y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
la lámpara testigo del milagro,
mató brusco la llama,
porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.
Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
el borde de una túnica incolora
plegada, resbalando
hasta rozar la fosa, como un ala
cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo,
siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
y en mí no estaba ya sino seguirle.
Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
aunque todo para mí fuera extraño y vano,
mientras pensaba: así debieron ellos,
muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
otra vez vi sus muros blancos
y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
el agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
la palabra hermandad sonaba falsa,
y de la imagen del amor quedaban
sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
en mí, que yo era un muerto
andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
como aquel que festejan al retorno.
la mano suya descansaba cerca
y recliné la frente sobre ella
con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
a dios, porque su nombre,
más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
fuerza para llevar la vida nuevamente.
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
tras de su humilde oscuridad en tantas noches
con larga espera bajo tierra,
del tallo verde erguido a la corola alba
irrumpe un día en gloria triunfante.
Luis Cernuda
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador
y profundo,
Sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
Llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No
Quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrastrase en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los humanos palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿Quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,
con silenciosa humildad, allí también él
transcurría.
En una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a un viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor,
y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
Y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
Y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí se tú mismo.
¡Oh, pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Vicente Aleixandre.
Representación en tres planos de una mujer.
1
Andar es tu definición
Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta verte andar,
y en vez de contestarle
trasladaría mis ojos a los suyos
para que recordara sin haberlo vivido,
la convencida seriedad con la que andas lo mismo
que la luz haciendo testamento,
pues tus pasos transmiten un orden instantáneo
como si tú llevaras al andar el movimiento de la tierra.
Destrabada y solar vienes desde la sangre y tienes el oficio del verano,
andar es tu definición
y tu gracia es el orden,
y tu fuerza es el ímpetu con que a veces te paras mientras hablas,
igual que se repliegan las defensas de una ciudad
para hacerla más fuerte.
Alguna vez me has dicho:
-Las mujeres parecen gorriones que se mueven saltando-
Y en efecto se les ve la premura,
la entrega anticipada,
la premeditación de ser mujeres que andan con los pies juntos
para quedarse pequeñitas y eternas en los ojos de alguien,
pero la libertad tiene su propio ritmo y tú eres diferente
pues tu modo de andar es un modo de hablar
que no pregunta nada,
y hace tiempo he pensado que vives como andas,
que vives con la misma propiedad con que andas,
porque la calle es tu licenciatura.
Es cierto amiga mía, lo espontáneo libera,
y tu espontaneidad se nos acerca tanto
que quien te vio una vez te necesita,
y yo te he visto andar de una manera tan persuasiva
que el aire tintinea
y las calles progresan al mirarte,
y hay nubes que en el cielo van tomando tu forma,
y un solo paso tuyo puede atar a mucha gente,
atarla y desatarla,
pues estás en la tierra,
entre nosotros,
y no hay nada en tu cuerpo que no nazca al andar,
y no hay nada en el mundo que no lleve tu paso.
2
La palabra se convierte en espanto
Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta hablar contigo,
que a mí me gusta oírte,
cuando tu claridad se convierte en dureza
lo mismo que el carbón cristaliza en diamante,
pero lo justo es necesario y tú hablas con justeza,
con pronosticación;
para mostrarme que no hay presentimiento sino jubilaciones;
y el espanto no nace de vivir,
el espanto es anterior al hombre
y quien quiere evitarlo agoniza.
La claridad se mira y no se ve,
viene desde muy lejos,
y a mí sólo me importa hablar contigo,
hablar contigo ahora como el agua
se coge entre las manos,
sabiendo que sólo puedes retenerla unos cuantos segundos:
unos segundos bastan,
cuando el amor se acabe voy a seguir oyendo:
- ¡Por favor no te duermas mientras hablo!
Si estás cansado, vete. La ternura se acaba en el deseo.
Luego viene un silencio que al oírlo se convierte en vacío,
y las noches comienzan en el alba.
Te he dicho muchas veces que hay que aceptar la realidad:
Ni los sueños se viven, ni las alas se juntan,
por eso a veces no tenemos sino una sola mano, y no es la nuestra.
Los muertos crecen recordándolos y ya no vuelven a morir.
Escucha. No te mueras. No te puedes morir. Te necesito.
Ahora me estás hablando y sé que tu dureza
no tiene causa alguna,
viene desde tu origen.
Tus palabras nacen para doler,
pero llevan la sonrisa en la espalda
y cuando las recuerdo me liberan de esa profanación
que es siempre el miedo.
Tengo una gran velocidad para sufrir
y cuando estoy contigo
siempre llega un momento en el que tus palabras
se quedan sin hablar
y me aprietan lo mismo que una venda
sosteniendo su abrazo,
y me hacen comprender que lo que nunca dices
es lo que me sostiene.
Pero también alguna vez te he oído,
neutralizado y descendiente,
con ese escalofrío que nos produce la raspadura de un cristal,
y tu voz me mantuvo anestesiado sobre la mesa de operaciones
durante varias horas,
hasta quitarme las adherencias,
las contaminaciones personales,
los supuestos,
para después, como una aguja,
irme cosiendo poco a poco,
mientras el camarero nos decía para legitimarse:
-Esta noche hay frambuesas-
La verdad suele maniatarnos como la mantis religiosa paraliza a quien ama
pero tú no nos atas a ninguna verdad,
tu voz es tu atadura,
tu voz es tu andadura,
vives en ella despaciándote
como si concibieras durante nueve meses lo que vas a decir
y hablar contigo fuera un parto.
3
Mientras vuelen los pájaros
Si alguien me hiciera una pregunta se lo agradecería
ya que podría decirle
que me gusta mirarte como si regresaras de vivir,
y es porque veo tus ojos temiendo que se acaben.
La alegría de mirarte crece con el temor
y si sigue creciendo de este modo puede hacerse insostenible
como una deuda pública que es preciso pagar
durante varias generaciones.
Empiezo a verte ahora
y en tus ojos hay pájaros que no regresan nunca,
olas que se disgustan a fecha fija,
cicatrices que pueden despertar,
y algo tuyo, muy tuyo que al declararse se convierte en misterio
igual que la dulzura se convierte en pregunta.
Tu mirada se extiende cuando llega la noche
y tiene esa bondad un poco intransigente
de las personas a quienes se les nota que saben elegir,
y ese color tostado de azúcar vagabunda,
y esa continúa averiguación
que en tus ojos es igual que una grapa.
Debo decir, amiga mía,
que cuento tu mirada entre mis bienes gananciales
y lo que nunca olvido es ese instante
en que el amor se interna hacia el origen,
y tus ojos se quedan descielados,
y ya no miran, ceden y caen, pero hacia atrás
como una piedra entra lentamente en el agua.
Y no hay nada en la vida,
nada,
nada,
que se parezca a esos segundos
en que tus ojos miran dentro de ti
y sólo quieren ya seguir cayendo,
cedientes,
desasidos,
arrastrados,
y yo no sé mirar pero los sigo hasta encontrar fondo en su caída,
y detrás de ellos, el amor, detrás de todo,
detrás de todo, el amor, pero sabiendo
que empezará el recuerdo cuando tu luz acabe.
Luis Rosales
El sonido sin fondo de la puerta.
Vuelve a llamar. Toca de nuevo la madera remota de esa puerta.
Nadie está en casa. Los últimos habitantes partieron al amanecer de un día,
al que tú no has llegado. Vuelve a tocar. Tú no buscas a nadie,
sólo necesitas el sonido sin fondo de la puerta, la esperanza de una voz
que responda, que justifique el origen de la memoria para poder partir.
Hay otra puerta abierta. Los muertos dejan allí vasos de agua, flores que
no han nacido todavía. Pero tú evitas ese umbral sospechoso. Sabes que si
lo cruzas volverás a ser niño, y ya no te alcanzarán las fuerzas para llegar
hasta donde estás ahora, tocando a la puerta de una casa que ni siquiera
desconoces, con la esperanza de una voz que te deje partir a ningún sitio.
Waldo Leyva.
Del libro del frío
Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón.
Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras,
Pero,¿Qué hago yo delante del abismo?
Bajo las águilas la inmensidad carece de significado.
***
Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa
En el silencio de las últimas ramas.
Esto era el destino:
Llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.
***
Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.
He atravesado las cortinas blancas:
Ya sólo hay luz dentro de mis ojos.
Antonio Gamoneda.
Poema de ventura egea. Canto VI
Eran arios los bárbaros, y bárbaros sus mitos y costumbres.
mirad, si no, la intemperancia de Zeus, la cólera de Odín,
o el feo vicio del racismo dórico, ejemplar en Esparta, o el de la India
Brahmánica, pero también aquel de la Alemania Nazi.
Haced memoria y ved cómo en los vedas se lee con fruición la historia de
Indra que, armado con el fuerte atributo de los dioses potentes, remontó
los cauces resecos de los ríos hasta encontrarse con Vritra, un celoso
monstruo que guardaba prisioneras a las Aguas Dulces, asolando la tierra
con sequía.
Con su lanza de luz Indra hirió gravemente al tenebroso Dagrón, y liberó
a la Líquidas Princesas que, ya libres, lubricaron el suelo con su paso,
dando al mundo una nueva Primavera.
Esta leyenda se repite en casi todas las culturas arias tanto que a veces
me invade cierta desazón al comprender que, por lo visto, es la violencia
siempre necesaria para que sea posible la Creación, el Orden, la Armonía:
La nueva Floración.
Pero quizás el único problema sea, que tenemos el pensamiento bárbaro
demasiado presente en nuestros días.
Puede recuperarse la esperanza de hallar alguna dimensión hermosa y digna
en la sustancia- y forma- de lo humano, si prestamos atención a una fábula
idéntica pero con un matiz distinto a la anterior que nos cuenta una olvidada
Tribu íncola de una perdida ínsula del pacífico:
Un Sapo gigantesco se había bebido todas las Aguas Dulces de la tierra.
al igual que en los Vedas, un héroe debería enfrentarse con el monstruo
para, al vencerlo, devolverle la lluvia y la prosperidad a su pueblo.
En este caso, sin embargo, el héroe no utiliza la violencia contra su enemigo.
No es su arma una espada luminosa sino algo muy distinto:
Un chiste, tan gracioso que la bestia al oírlo soltó a reír en tan grandes
carcajadas que sin darse cuenta devolvió a la tierra toda el agua ingerida.
Volvió la primavera.
Pienso lo que hubiera sido nuestro mundo, si la cultura dominante al lo largo
de nuestra historia hubiera sido pacífica.
Quizá no existiría la xenofobia, ni por tanto el miedo a lo desconocido;
nos adentraríamos sin miedo en el Misterio y morir sería sólo otra aventura.
Las más temibles armas de las grandes potencias serían únicamente ingenios
cibernéticos para inventar los chistes más graciosos.
Y el peligro mayor de todos sería que algún día alguno de ellos fuera tan
poderoso, que extinguiera la vida en el planeta, matándonos de risa.
Francisco Fortuny.
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.
Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
peligro corres, licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.
Luis de Góngora.
Rimas (V).
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares,
y espuma en las riberas.
En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas,
y en las ruïnas hiedra.
Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.
Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura,
y lloro en la hoja seca.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva,
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.
Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.
Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.
Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas
persigo en el océano
las náyades ligeras.
Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos
contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.
Yo sé de esas regiones
y do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el Cielo une a la Tierra.
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.
Gustavo Adolfo Bécquer.
Oscuridad
A un ciego de nacimiento
pregunté: Si no es enojo
Decid, ¿Qué es el color rojo?
¿Lo sentid cual yo lo siento?
Y respondió sin empacho,
pienso que será sin duda
como el olor de la ruda
como el gusto del gazpacho,
como horno de fuego lleno,
como pisar un abrojo,
aún creo que será rojo
el estampido del trueno…
Calló…Y aún son mi tormento
Aquellas definiciones,
¡Para cuantas sensaciones
soy ciego de nacimiento!
Joaquín María Bartrina
IV, La estatua (Poemetos de Alma Rubens)
Escultor: vengo a que esculpas mi estatua. Yo he inmortalizado mi alma
en caricias que nunca olvidarán los hombres.
Ahora quiero que tú inmortalices mi carne.
Por eso necesito que me esculpas desnuda,
porque sólo las líneas de mi carne son mías, y porque
tengo inefables secretos que merecen ser imperecederos.
Pero compréndeme, escultor, para que no me concibas semejante
a las amorosas que no tuvieron otro Don, que su cuerpo.
Concíbeme a mi como un pensamiento, como un
puro y noble pensamiento, ilumíname el rostro de luz íntima,
y esculpe las líneas de mi cuerpo, castas, ingrávidas, leves, anteriores,
cual si fueran los contornos de un alma.
José Manuel Poveda.
Nada
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento…
Mas ¡ay! ¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí, nada, nada!..-O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío…-
Que eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
…!y soy yo sólo el pensamiento mío!
Juan Ramón Jiménez.
Proverbios y cantares
(Fragmentos)
I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
II
Para dialogar,
preguntad, primero;
después…Escuchad.
VIII
Hoy es siempre todavía.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
XLVI
Se miente más de la cuenta
Por falta de fantasía:
También la verdad se inventa.
LIII
Tras el vivir y el soñar,
Está lo que más importa:
Despertar.
LVIII
Creí mi hogar apagado,
Y revolví la ceniza…
Me quemé la mano.
LXXXV
¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
Antonio Machado.
El piano
Bajo la tarde serena
con ritmo dulce y liviano,
solloza un piano lejano
la suavidad de su pena.
Todo mi pecho se llena
de la tristeza del piano
y pienso en la fina mano
bajo la que el piano suena…
Cada suspiro del viento
acerca hacia mí el acento
de la música preclara.
Y llora el alma sonora
como si el piano que llora
dentro del alma llorara.
Nicolás Guillén
Nocturno de la estatua
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las fichas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir:” Estoy muerta de sueño”.
Xavier Villaurrutia.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatifecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepurtura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
u declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel hernández
Lázaro
Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
porque no la materia sino el tiempo
pesaba sobre ella,
oyeron una voz tranquila
llamándome, como un amigo llama
cuando atrás queda alguno
fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
yo no recuerdo el frío
extraño que brotaba
desde la tierra honda, con angustia
de entresueño, y lento iba
a despertar el pecho
donde insistió con unos golpes leves,
ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
cuando abrí los ojos
fue el alba pálida quien dijo
la verdad. Porque aquellos
rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
como rebaño hosco
que no a la voz sino a la piedra atiende,
y el sudor de sus frentes
oí caer pesado entre la hierba.
Alguien dijo palabras de nuevo nacimiento.
mas no hubo allí sangre materna
ni vientre fecundado
que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
con olor denso desnudaban la carne gris y fláccida como fruto pasado;
no el terso cuerpo oscuro, rosa de deseos,
sino el cuerpo de un hijo de la muerte.
El cielo rojo abría hacia lo lejos
tras de olivos y alcores;
el aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
como las ramas cuando el viento sopla,
brotando de la noche con los brazos tendidos
para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
y hundí la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra,
la tiniebla primaria
que su venero esconde bajo el mundo
lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
gritó, por las oscuras galerías
del cuerpo, agria, desencajada,
hasta chocar contra el muro de los huesos
y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
la lámpara testigo del milagro,
mató brusco la llama,
porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.
Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
el borde de una túnica incolora
plegada, resbalando
hasta rozar la fosa, como un ala
cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo,
siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
y en mí no estaba ya sino seguirle.
Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
aunque todo para mí fuera extraño y vano,
mientras pensaba: así debieron ellos,
muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
otra vez vi sus muros blancos
y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
el agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
la palabra hermandad sonaba falsa,
y de la imagen del amor quedaban
sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
en mí, que yo era un muerto
andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
como aquel que festejan al retorno.
la mano suya descansaba cerca
y recliné la frente sobre ella
con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
a dios, porque su nombre,
más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
fuerza para llevar la vida nuevamente.
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
tras de su humilde oscuridad en tantas noches
con larga espera bajo tierra,
del tallo verde erguido a la corola alba
irrumpe un día en gloria triunfante.
Luis Cernuda
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador
y profundo,
Sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
Llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No
Quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrastrase en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón
de los humanos palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿Quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,
con silenciosa humildad, allí también él
transcurría.
En una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a un viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor,
y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
Y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
Y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí se tú mismo.
¡Oh, pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Vicente Aleixandre.
Representación en tres planos de una mujer.
1
Andar es tu definición
Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta verte andar,
y en vez de contestarle
trasladaría mis ojos a los suyos
para que recordara sin haberlo vivido,
la convencida seriedad con la que andas lo mismo
que la luz haciendo testamento,
pues tus pasos transmiten un orden instantáneo
como si tú llevaras al andar el movimiento de la tierra.
Destrabada y solar vienes desde la sangre y tienes el oficio del verano,
andar es tu definición
y tu gracia es el orden,
y tu fuerza es el ímpetu con que a veces te paras mientras hablas,
igual que se repliegan las defensas de una ciudad
para hacerla más fuerte.
Alguna vez me has dicho:
-Las mujeres parecen gorriones que se mueven saltando-
Y en efecto se les ve la premura,
la entrega anticipada,
la premeditación de ser mujeres que andan con los pies juntos
para quedarse pequeñitas y eternas en los ojos de alguien,
pero la libertad tiene su propio ritmo y tú eres diferente
pues tu modo de andar es un modo de hablar
que no pregunta nada,
y hace tiempo he pensado que vives como andas,
que vives con la misma propiedad con que andas,
porque la calle es tu licenciatura.
Es cierto amiga mía, lo espontáneo libera,
y tu espontaneidad se nos acerca tanto
que quien te vio una vez te necesita,
y yo te he visto andar de una manera tan persuasiva
que el aire tintinea
y las calles progresan al mirarte,
y hay nubes que en el cielo van tomando tu forma,
y un solo paso tuyo puede atar a mucha gente,
atarla y desatarla,
pues estás en la tierra,
entre nosotros,
y no hay nada en tu cuerpo que no nazca al andar,
y no hay nada en el mundo que no lleve tu paso.
2
La palabra se convierte en espanto
Si alguien me hiciera una pregunta
sólo podría decirle que a mí me gusta hablar contigo,
que a mí me gusta oírte,
cuando tu claridad se convierte en dureza
lo mismo que el carbón cristaliza en diamante,
pero lo justo es necesario y tú hablas con justeza,
con pronosticación;
para mostrarme que no hay presentimiento sino jubilaciones;
y el espanto no nace de vivir,
el espanto es anterior al hombre
y quien quiere evitarlo agoniza.
La claridad se mira y no se ve,
viene desde muy lejos,
y a mí sólo me importa hablar contigo,
hablar contigo ahora como el agua
se coge entre las manos,
sabiendo que sólo puedes retenerla unos cuantos segundos:
unos segundos bastan,
cuando el amor se acabe voy a seguir oyendo:
- ¡Por favor no te duermas mientras hablo!
Si estás cansado, vete. La ternura se acaba en el deseo.
Luego viene un silencio que al oírlo se convierte en vacío,
y las noches comienzan en el alba.
Te he dicho muchas veces que hay que aceptar la realidad:
Ni los sueños se viven, ni las alas se juntan,
por eso a veces no tenemos sino una sola mano, y no es la nuestra.
Los muertos crecen recordándolos y ya no vuelven a morir.
Escucha. No te mueras. No te puedes morir. Te necesito.
Ahora me estás hablando y sé que tu dureza
no tiene causa alguna,
viene desde tu origen.
Tus palabras nacen para doler,
pero llevan la sonrisa en la espalda
y cuando las recuerdo me liberan de esa profanación
que es siempre el miedo.
Tengo una gran velocidad para sufrir
y cuando estoy contigo
siempre llega un momento en el que tus palabras
se quedan sin hablar
y me aprietan lo mismo que una venda
sosteniendo su abrazo,
y me hacen comprender que lo que nunca dices
es lo que me sostiene.
Pero también alguna vez te he oído,
neutralizado y descendiente,
con ese escalofrío que nos produce la raspadura de un cristal,
y tu voz me mantuvo anestesiado sobre la mesa de operaciones
durante varias horas,
hasta quitarme las adherencias,
las contaminaciones personales,
los supuestos,
para después, como una aguja,
irme cosiendo poco a poco,
mientras el camarero nos decía para legitimarse:
-Esta noche hay frambuesas-
La verdad suele maniatarnos como la mantis religiosa paraliza a quien ama
pero tú no nos atas a ninguna verdad,
tu voz es tu atadura,
tu voz es tu andadura,
vives en ella despaciándote
como si concibieras durante nueve meses lo que vas a decir
y hablar contigo fuera un parto.
3
Mientras vuelen los pájaros
Si alguien me hiciera una pregunta se lo agradecería
ya que podría decirle
que me gusta mirarte como si regresaras de vivir,
y es porque veo tus ojos temiendo que se acaben.
La alegría de mirarte crece con el temor
y si sigue creciendo de este modo puede hacerse insostenible
como una deuda pública que es preciso pagar
durante varias generaciones.
Empiezo a verte ahora
y en tus ojos hay pájaros que no regresan nunca,
olas que se disgustan a fecha fija,
cicatrices que pueden despertar,
y algo tuyo, muy tuyo que al declararse se convierte en misterio
igual que la dulzura se convierte en pregunta.
Tu mirada se extiende cuando llega la noche
y tiene esa bondad un poco intransigente
de las personas a quienes se les nota que saben elegir,
y ese color tostado de azúcar vagabunda,
y esa continúa averiguación
que en tus ojos es igual que una grapa.
Debo decir, amiga mía,
que cuento tu mirada entre mis bienes gananciales
y lo que nunca olvido es ese instante
en que el amor se interna hacia el origen,
y tus ojos se quedan descielados,
y ya no miran, ceden y caen, pero hacia atrás
como una piedra entra lentamente en el agua.
Y no hay nada en la vida,
nada,
nada,
que se parezca a esos segundos
en que tus ojos miran dentro de ti
y sólo quieren ya seguir cayendo,
cedientes,
desasidos,
arrastrados,
y yo no sé mirar pero los sigo hasta encontrar fondo en su caída,
y detrás de ellos, el amor, detrás de todo,
detrás de todo, el amor, pero sabiendo
que empezará el recuerdo cuando tu luz acabe.
Luis Rosales
El sonido sin fondo de la puerta.
Vuelve a llamar. Toca de nuevo la madera remota de esa puerta.
Nadie está en casa. Los últimos habitantes partieron al amanecer de un día,
al que tú no has llegado. Vuelve a tocar. Tú no buscas a nadie,
sólo necesitas el sonido sin fondo de la puerta, la esperanza de una voz
que responda, que justifique el origen de la memoria para poder partir.
Hay otra puerta abierta. Los muertos dejan allí vasos de agua, flores que
no han nacido todavía. Pero tú evitas ese umbral sospechoso. Sabes que si
lo cruzas volverás a ser niño, y ya no te alcanzarán las fuerzas para llegar
hasta donde estás ahora, tocando a la puerta de una casa que ni siquiera
desconoces, con la esperanza de una voz que te deje partir a ningún sitio.
Waldo Leyva.
Del libro del frío
Tengo frío junto a los manantiales. He subido hasta cansar mi corazón.
Hay yerba negra en las laderas y azucenas cárdenas entre sombras,
Pero,¿Qué hago yo delante del abismo?
Bajo las águilas la inmensidad carece de significado.
***
Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa
En el silencio de las últimas ramas.
Esto era el destino:
Llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua.
***
Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.
He atravesado las cortinas blancas:
Ya sólo hay luz dentro de mis ojos.
Antonio Gamoneda.
Poema de ventura egea. Canto VI
Eran arios los bárbaros, y bárbaros sus mitos y costumbres.
mirad, si no, la intemperancia de Zeus, la cólera de Odín,
o el feo vicio del racismo dórico, ejemplar en Esparta, o el de la India
Brahmánica, pero también aquel de la Alemania Nazi.
Haced memoria y ved cómo en los vedas se lee con fruición la historia de
Indra que, armado con el fuerte atributo de los dioses potentes, remontó
los cauces resecos de los ríos hasta encontrarse con Vritra, un celoso
monstruo que guardaba prisioneras a las Aguas Dulces, asolando la tierra
con sequía.
Con su lanza de luz Indra hirió gravemente al tenebroso Dagrón, y liberó
a la Líquidas Princesas que, ya libres, lubricaron el suelo con su paso,
dando al mundo una nueva Primavera.
Esta leyenda se repite en casi todas las culturas arias tanto que a veces
me invade cierta desazón al comprender que, por lo visto, es la violencia
siempre necesaria para que sea posible la Creación, el Orden, la Armonía:
La nueva Floración.
Pero quizás el único problema sea, que tenemos el pensamiento bárbaro
demasiado presente en nuestros días.
Puede recuperarse la esperanza de hallar alguna dimensión hermosa y digna
en la sustancia- y forma- de lo humano, si prestamos atención a una fábula
idéntica pero con un matiz distinto a la anterior que nos cuenta una olvidada
Tribu íncola de una perdida ínsula del pacífico:
Un Sapo gigantesco se había bebido todas las Aguas Dulces de la tierra.
al igual que en los Vedas, un héroe debería enfrentarse con el monstruo
para, al vencerlo, devolverle la lluvia y la prosperidad a su pueblo.
En este caso, sin embargo, el héroe no utiliza la violencia contra su enemigo.
No es su arma una espada luminosa sino algo muy distinto:
Un chiste, tan gracioso que la bestia al oírlo soltó a reír en tan grandes
carcajadas que sin darse cuenta devolvió a la tierra toda el agua ingerida.
Volvió la primavera.
Pienso lo que hubiera sido nuestro mundo, si la cultura dominante al lo largo
de nuestra historia hubiera sido pacífica.
Quizá no existiría la xenofobia, ni por tanto el miedo a lo desconocido;
nos adentraríamos sin miedo en el Misterio y morir sería sólo otra aventura.
Las más temibles armas de las grandes potencias serían únicamente ingenios
cibernéticos para inventar los chistes más graciosos.
Y el peligro mayor de todos sería que algún día alguno de ellos fuera tan
poderoso, que extinguiera la vida en el planeta, matándonos de risa.
Francisco Fortuny.
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Poesía
viernes, 5 de febrero de 2010
EL ARTE COMO MERCANCÍA, Y PARA QUIÉN
Por Segundo Castro
La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamente le van alejando del origen por el que debió haber sido concebida.
Sería demasiado pretencioso el intentar hacer un juicio sobre lo bueno o aceptable y lo malo o desechable actualmente en el mundo del Arte. Mi propósito es el de compartir con los lectores ciertas reflexiones sobre el lugar que podría corresponderle al Arte y a los artistas en la sociedad.
Sería demasiado pretencioso el intentar hacer un juicio sobre lo bueno o aceptable y lo malo o desechable actualmente en el mundo del Arte. Mi propósito es el de compartir con los lectores ciertas reflexiones sobre el lugar que podría corresponderle al Arte y a los artistas en la sociedad.
En los tiempos que vivimos, el carácter mercantil ha alcanzado unos niveles de perfección inauditos, hasta el extremo de vender la “envoltura” como un valor añadido, superior al relativo contenido real de la obra, padeciendo ésta un agravio comparativo.
Pero ¿qué es la envoltura en Arte?, porque para un par de zapatos es una simple caja de cartón, también la situación comercial del establecimiento, incluyendo por qué no el trato con el cliente. Sin embargo, en una obra de arte esta es más ambigua, a veces casi invisible; y si se trata de un cuadro, cuando lo tienes delante no lo ves, salvo el marco que puede ser más o menos valioso o atractivo.
No obstante la envoltura existe, y está confeccionada con un encaje complicado de factores que no son ajenos al sistema político y social dominante, en el que intervienen las galerías, coleccionistas e inversores, a cuyos intereses económicos se suman las orientaciones culturales y políticas de prestigio de la Administración.
En el escenario del mundo actual, los señores que representan estas entidades son los que deciden la pauta selectiva de la moda. Esta envoltura (valga la redundancia) “cultural” obliga a depender de ella a quienes se consideran profesionales o pretenden serlo y quieran vivir de su trabajo.
Debido a la ausencia de otros cauces, nos vemos obligados a mostrar nuestros trabajos a las galerías y concursos, que es igual que llevarles en una bandeja nuestro “ser”, “nuestro corazón” ... porque cuando creamos algo estamos ofreciendo todo lo que somos. Pero las modas y los intereses privados se imponen como un muro infranqueable.
El artista, como cualquier ser humano, necesita cubrir económicamente sus necesidades materiales de subsistencia. Esta motivación tan común le obliga a plantearse algo muy serio a la hora de gestar una obra, que consiste en la tortuosa pregunta: ¿esto me va a permitir ganarme las lentejas? La inmensa mayoría de los creadores nos vemos obligados a combinar nuestro trabajo artístico con otras ocupaciones que nos aseguren una estabilidad económica. Esta situación, obvia la paradoja de que, a quienes triunfan se les consideren “profesionales”, y los demás... pinten simplemente como un “pasatiempo”, pero con la ansiedad de alcanzar la categoría de “profesional”, como exige el mercado del Arte que valora y define el encasillamiento del artista.
Pero, ¿en manos de quién se encuentra dicho mercado? Contestar a esta pregunta significaría redundar sobre lo que ya he desarrollado más arriba.
¿Y cuál tendría que ser la actitud de los artistas frente a las limitaciones del mercado? Fundamentalmente existen dos posturas:
- Que el artista se adapte al sistema. Lo cual no garantiza el éxito, porque hay que saber coincidir con la línea comercial de moda y prestigio para las galerías o la administración. Pero siempre tendrán más posibilidades para llegar a ser artistas “consagrados”.
- La segunda opción, cuantitativamente es más restringida, podríamos clasificarla entre los que se plantean quizás con cierta tozudez, que nada ajeno a la obra de arte debe de intervenir en ella, cuidando escrupulosamente su autenticidad.
- Que el artista se adapte al sistema. Lo cual no garantiza el éxito, porque hay que saber coincidir con la línea comercial de moda y prestigio para las galerías o la administración. Pero siempre tendrán más posibilidades para llegar a ser artistas “consagrados”.
- La segunda opción, cuantitativamente es más restringida, podríamos clasificarla entre los que se plantean quizás con cierta tozudez, que nada ajeno a la obra de arte debe de intervenir en ella, cuidando escrupulosamente su autenticidad.
Sin embargo, he de admitir que en el primer grupo puede haber artistas tan sinceros y auténticos como en este último. La obra de arte es un valor que al convertirse en mercancía se oculta en un envoltorio y penetra en un mundo de intereses que progresivamente la van alejando del origen por el que debió de haber sido concebida.
Se trata, pues, de potenciar la creatividad, de organizarnos como trabajadores culturales y defender nuestros derechos. Si bien, tenemos libertad de hacer lo que nos plazca, el curso del Arte lo decide una minoría de señores cuya objetividad la tienen limitada por su propia subjetividad egoísta.
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Artes Plásticas,
Pensamiento
El junco y la encina
No quiero ser como el junco
que doblega su cerviz
con lacayo servilismo
ante el empuje del viento
y sumiso besa el fango
si el huracán se lo ordena.
Quiero ser como la encina
resistiendo con pie firme
sus avalanchas furiosas,
y si al cabo por más fuerte
me desgaja de la tierra,
al menos sucumbiré
luchando por mis raíces.
Autor: Germinal
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Poesía
miércoles, 3 de febrero de 2010
El centenario de un poeta comprometido
Por Antonio Tellado.
Estamos en el año del centenario de Miguel Hernández y como era de esperar, ya desde los primeros actos dedicados a conmemorarlo ha saltado el escándalo por la utilización política del evento por parte de esa derecha extrema, tan crecida últimamente. En Orihuela, su pueblo, un poetastro de los que suele abundar en el ultraconservadurismo, se ha permitido aprovechar la efemérides para publicar un libelo en el que denigra la memoria del poeta y manipula su poemario para insultar a la izquierda en la que el Hernández militaba, mientras hace un desmedido elogio de los políticos de la derecha, incluidas la alcaldesa de Orihuela y la millonaria presidenta de la Comunidad de Madrid.
La manipulación de figuras de nuestra cultura no es nueva, presentándolas en homenajes y ediciones de forma muy diferente a como fueron en realidad por obra y gracia de la adulteración de sus biografías o la amputación de parte importante de su obra, a veces imprescindibles para la comprensión de su pensamiento. Ha ocurrido, por ejemplo, con Antonio Machado, Picasso o Federico García Lorca, del que últimamente un profesor de la Universidad de Granada -¡Qué pena que eso ocurra en una universidad tan prestigiosa!-, enseñaba a sus alumnos que Lorca era simpatizante falangista, cuando todo el mundo sabe que fue asesinado precisamente por sus ideas y su compromiso con la República, y es que los docentes, también deberían de ser decentes. Como consecuencia de tanto desatino en la enseñanza universitaria, el gran poeta Luis García Montero, tras 27 años en dicha universidad, abandonaba la docencia. Esos atentados contra la obra y el recuerdo de figuras de nuestra cultura suelen producirse cuando se trata de personajes de izquierda, que, claro está, no gustan a los conservadores. Están en su derecho, como en el de no participar si no quieren en tales actos de homenaje, pero no tienen el de insultarlos tergiversando o silenciando los hechos.
En el centenario del poeta Miguel Hernández en el que ya estamos, es imprescindible rememorar su compromiso con los pobres y los trabajadores, su militancia comunista, su defensa como miliciano de la República, y también su prematura muerte por tuberculosis en la cárcel de Alicante, víctima del hambre y las penalidades sufridas en su peregrinar por distintas prisiones, entre ellas la tristemente famosa de Ocaña. Sólo tenía treinta y dos años –que pérdida irreparable para las letras españolas- y una extraordinaria dignidad que quedó de manifiesto cuando le visitaron, ya muy enfermo, algunos emisarios de la dictadura, escritores que se habían plegado ante la brutal violencia del régimen, ofreciéndole la libertad si se retractaba de sus ideas, pero Miguel Hernández prefirió seguir en prisión antes de traicionarse retractándose.
Su obra no podría comprenderse sin tener en cuenta sus ideas políticas y su compromiso con la clase trabajadora –hay que utilizar este término necesariamente- que queda patente en ella, como en “Viento del pueblo”, que incluye poemas como El niño yuntero, ese niño que…Nace, como la herramienta/ a los golpes destinado,/ en él personaliza el poeta lo que significa el trabajo para el hombre en un mundo injusto, …Contar sus años no sabe,/ y ya sabe que el sudor/ es una corona grave/ de sal para el labrador./ Se duele Hernández por este niño, y naturalmente, por todo lo que representa Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina,/ y su vivir ceniciento/ revuelve mi alma de encina./ Al rememorarlo emerge su rebeldía para finalizar el poema …¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?// Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros./ En otro poema, El sudor, éste es calificado como…Vestidura de oro de los trabajadores/ terminando con el siguiente llamamiento: …Emerged al trabajo, compañeros, las frentes:/ que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,/ con sus lentos diluvios, os hará transparentes,/ venturosos, iguales./
Como poeta verdadero, nada de lo que ocurre a su alrededor deja de reflejarse en su obra: …decidme en el alma ¿quién/ amamantó los olivos?// Vuestra sangre, vuestra vida,/ no la del explotador/ que se enriqueció en la herida/ generosa del sudor.// No en la del terrateniente/ que os sepultó en la pobreza,/ que os pisoteó la frente,/ que os redujo la cabeza./ …Jaén, levántate brava/ sobre tus piedras lunares;/ no vayas a ser esclava/ con todos tus olivares./ También la guerra: …Vais de la vida a la muerte,/ vais de la nada a la nada;/ yugos os quieren poner/ gente de la hierba mala;/ yugos que habréis de dejar/ rotos sobre sus espaldad.// Y sobre todo el dolor que le producía estar en prisión separado de su mujer y de su hijo, como en su célebre Nanas de la cebolla:…Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ soledades me quita,/ cárcel me arranca.//…No te derrumbes,/ no sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre.//
Es evidente que la celebración del centenario de un poeta tan comprometido como Miguel Hernández no puede ser objeto de mixtificación por parte del mismo tipo de gente que él denunciaba en su poesía, que en este caso tienen muy difícil su ejercicio de ocultación y tergiversación al ser tan evidentes sus ideales comunistas y su compromiso, tan inseparables de su obra. En este caso, el sentido común y la ética más elemental por parte de organizadores de actos con motivo del centenario, debe impedir que se actúe como en otros casos, silenciando o mutilando, y mucho menos que tales actos sean utilizados en contra de lo que fue y representó Miguel Hernández, editándose para tal ocasión libros como el del ultraderechista poetastro oriolano.
(También podeis ver este y más articulos de Antonio tellado en laRepública.es
este, es del día 3-II-2010.)
Estamos en el año del centenario de Miguel Hernández y como era de esperar, ya desde los primeros actos dedicados a conmemorarlo ha saltado el escándalo por la utilización política del evento por parte de esa derecha extrema, tan crecida últimamente. En Orihuela, su pueblo, un poetastro de los que suele abundar en el ultraconservadurismo, se ha permitido aprovechar la efemérides para publicar un libelo en el que denigra la memoria del poeta y manipula su poemario para insultar a la izquierda en la que el Hernández militaba, mientras hace un desmedido elogio de los políticos de la derecha, incluidas la alcaldesa de Orihuela y la millonaria presidenta de la Comunidad de Madrid.
La manipulación de figuras de nuestra cultura no es nueva, presentándolas en homenajes y ediciones de forma muy diferente a como fueron en realidad por obra y gracia de la adulteración de sus biografías o la amputación de parte importante de su obra, a veces imprescindibles para la comprensión de su pensamiento. Ha ocurrido, por ejemplo, con Antonio Machado, Picasso o Federico García Lorca, del que últimamente un profesor de la Universidad de Granada -¡Qué pena que eso ocurra en una universidad tan prestigiosa!-, enseñaba a sus alumnos que Lorca era simpatizante falangista, cuando todo el mundo sabe que fue asesinado precisamente por sus ideas y su compromiso con la República, y es que los docentes, también deberían de ser decentes. Como consecuencia de tanto desatino en la enseñanza universitaria, el gran poeta Luis García Montero, tras 27 años en dicha universidad, abandonaba la docencia. Esos atentados contra la obra y el recuerdo de figuras de nuestra cultura suelen producirse cuando se trata de personajes de izquierda, que, claro está, no gustan a los conservadores. Están en su derecho, como en el de no participar si no quieren en tales actos de homenaje, pero no tienen el de insultarlos tergiversando o silenciando los hechos.
En el centenario del poeta Miguel Hernández en el que ya estamos, es imprescindible rememorar su compromiso con los pobres y los trabajadores, su militancia comunista, su defensa como miliciano de la República, y también su prematura muerte por tuberculosis en la cárcel de Alicante, víctima del hambre y las penalidades sufridas en su peregrinar por distintas prisiones, entre ellas la tristemente famosa de Ocaña. Sólo tenía treinta y dos años –que pérdida irreparable para las letras españolas- y una extraordinaria dignidad que quedó de manifiesto cuando le visitaron, ya muy enfermo, algunos emisarios de la dictadura, escritores que se habían plegado ante la brutal violencia del régimen, ofreciéndole la libertad si se retractaba de sus ideas, pero Miguel Hernández prefirió seguir en prisión antes de traicionarse retractándose.
Su obra no podría comprenderse sin tener en cuenta sus ideas políticas y su compromiso con la clase trabajadora –hay que utilizar este término necesariamente- que queda patente en ella, como en “Viento del pueblo”, que incluye poemas como El niño yuntero, ese niño que…Nace, como la herramienta/ a los golpes destinado,/ en él personaliza el poeta lo que significa el trabajo para el hombre en un mundo injusto, …Contar sus años no sabe,/ y ya sabe que el sudor/ es una corona grave/ de sal para el labrador./ Se duele Hernández por este niño, y naturalmente, por todo lo que representa Me duele este niño hambriento/ como una grandiosa espina,/ y su vivir ceniciento/ revuelve mi alma de encina./ Al rememorarlo emerge su rebeldía para finalizar el poema …¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena?/ ¿De dónde saldrá el martillo/ verdugo de esta cadena?// Que salga del corazón/ de los hombres jornaleros,/ que antes de ser hombres son/ y han sido niños yunteros./ En otro poema, El sudor, éste es calificado como…Vestidura de oro de los trabajadores/ terminando con el siguiente llamamiento: …Emerged al trabajo, compañeros, las frentes:/ que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,/ con sus lentos diluvios, os hará transparentes,/ venturosos, iguales./
Como poeta verdadero, nada de lo que ocurre a su alrededor deja de reflejarse en su obra: …decidme en el alma ¿quién/ amamantó los olivos?// Vuestra sangre, vuestra vida,/ no la del explotador/ que se enriqueció en la herida/ generosa del sudor.// No en la del terrateniente/ que os sepultó en la pobreza,/ que os pisoteó la frente,/ que os redujo la cabeza./ …Jaén, levántate brava/ sobre tus piedras lunares;/ no vayas a ser esclava/ con todos tus olivares./ También la guerra: …Vais de la vida a la muerte,/ vais de la nada a la nada;/ yugos os quieren poner/ gente de la hierba mala;/ yugos que habréis de dejar/ rotos sobre sus espaldad.// Y sobre todo el dolor que le producía estar en prisión separado de su mujer y de su hijo, como en su célebre Nanas de la cebolla:…Tu risa me hace libre,/ me pone alas./ soledades me quita,/ cárcel me arranca.//…No te derrumbes,/ no sepas lo que pasa/ ni lo que ocurre.//
Es evidente que la celebración del centenario de un poeta tan comprometido como Miguel Hernández no puede ser objeto de mixtificación por parte del mismo tipo de gente que él denunciaba en su poesía, que en este caso tienen muy difícil su ejercicio de ocultación y tergiversación al ser tan evidentes sus ideales comunistas y su compromiso, tan inseparables de su obra. En este caso, el sentido común y la ética más elemental por parte de organizadores de actos con motivo del centenario, debe impedir que se actúe como en otros casos, silenciando o mutilando, y mucho menos que tales actos sean utilizados en contra de lo que fue y representó Miguel Hernández, editándose para tal ocasión libros como el del ultraderechista poetastro oriolano.
(También podeis ver este y más articulos de Antonio tellado en laRepública.es
este, es del día 3-II-2010.)
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Pensamiento
jueves, 28 de enero de 2010
Un paseo por las músicas del Mediterráneo
El motivo de este paseo, no es más que la difusión, la muestra de la identidad cultural de los diferentes pueblos.
Y de no muy lejos, quiero ver que 7 de cada 10 jóvenes, conozcan un instrumento musical y sus nociones básicas de solfeo. Quiero ver a la gente creando melodías por las calles.
Porque el que tiene conciencia de la música tiene conciencia de lo humano.
Y es que la música forma parte de nuestra identidad como humanidad-pueblo, diverso con pluralidad de formas coexistentes, sinónima de riqueza.
Así que os invito, a dar un pequeño paseo por las músicas del mediterráneo, y si queréis podéis descalzaros para caminar entre las melodías...
Partimos desde Granada con Enrique Morente y su inconfundible manera de hacer flamenco
acompañado a la guitarra por el bola
Después de esas melodías de nostalgia, dolor y pasión, nos vamos para marruecos para escuchar el laúd de Said Crhaibi
Ahora escuchamos a Abderahim Souiri
Pasamos por turquía, con el violín de Ido Segal, y la tabla, que es un instrumento de la india, tocado por Niraj Kumar. Vemos pues el mestizaje de los dos instrumentos en una obra maravillosa
Y ahora llegamos al medio oriente, Egipto , para escuchar una fusión flamenca con música sufi, viniendo a demostrar que no hay fronteras sino puntos de encuentro
...Y bien llegamos al final de nuestro pequeño paseo volviendo
a Andalucía, reconociendo formas y melodías en las nuestras, de las diferentes culturas que forman el mediterráneo.
Espero que os haya enriquecido y gustado, nos vemos en otro paseo!
Y de no muy lejos, quiero ver que 7 de cada 10 jóvenes, conozcan un instrumento musical y sus nociones básicas de solfeo. Quiero ver a la gente creando melodías por las calles.
Porque el que tiene conciencia de la música tiene conciencia de lo humano.
Y es que la música forma parte de nuestra identidad como humanidad-pueblo, diverso con pluralidad de formas coexistentes, sinónima de riqueza.
Así que os invito, a dar un pequeño paseo por las músicas del mediterráneo, y si queréis podéis descalzaros para caminar entre las melodías...
Partimos desde Granada con Enrique Morente y su inconfundible manera de hacer flamenco
acompañado a la guitarra por el bola
Después de esas melodías de nostalgia, dolor y pasión, nos vamos para marruecos para escuchar el laúd de Said Crhaibi
Ahora escuchamos a Abderahim Souiri
Pasamos por turquía, con el violín de Ido Segal, y la tabla, que es un instrumento de la india, tocado por Niraj Kumar. Vemos pues el mestizaje de los dos instrumentos en una obra maravillosa
Y ahora llegamos al medio oriente, Egipto , para escuchar una fusión flamenca con música sufi, viniendo a demostrar que no hay fronteras sino puntos de encuentro
...Y bien llegamos al final de nuestro pequeño paseo volviendo
a Andalucía, reconociendo formas y melodías en las nuestras, de las diferentes culturas que forman el mediterráneo.
Espero que os haya enriquecido y gustado, nos vemos en otro paseo!
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Música
sábado, 23 de enero de 2010
Charlie Chaplin comprometido
Cuando vemos las películas de charlie chaplin, la atmosfera en la que ellas se respira se podría resumir en denuncia.
Y me interesa esta visión que dió, a sus creaciones artísticas porque el arte no está desligado a lo social, y no es algo etéreo que incluso a veces parece no decirnos nada.
Sino que, como el sonido en el tambor, los dos, podría decirse que forman una sóla cosa, (el sonido y el material que lo forma).
Como lo es, el individuo y lo social.
En este video se puede ver la denuncia de la desigualdad, polaridad laboral
y esta, para terminar el resumen, es una de las escenas con mayor contenido humano que rodó...
Y me interesa esta visión que dió, a sus creaciones artísticas porque el arte no está desligado a lo social, y no es algo etéreo que incluso a veces parece no decirnos nada.
Sino que, como el sonido en el tambor, los dos, podría decirse que forman una sóla cosa, (el sonido y el material que lo forma).
Como lo es, el individuo y lo social.
En este video se puede ver la denuncia de la desigualdad, polaridad laboral
y esta, para terminar el resumen, es una de las escenas con mayor contenido humano que rodó...
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Charlie Chaplin,
Cine
Cinco poemas de Rafael Alberti
El mar. La mar.
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
El ángel bueno
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
"¡Levántate!" Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
"¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada."
"¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
móviles de mi alma!"
Alguien dijo: "¡Levántate!"
Y me encontré en tu estancia.
Goya
La dulzura, el estupro,
la risa, la violencia,
la sonrisa, la sangre,
el cadalso, la feria.
Hay un diablo demente persiguiendo
a cuchillo la luz y las tinieblas.
De ti me guardo un ojo en el incendio.
A ti te dentelleo la cabeza.
Te hago crujir los húmeros. Te sorbo
el caracol que te hurga en una oreja.
A ti te entierro solamente
en el barro las piernas.
Una pierna.
Otra pierna.
Golpea.
¡Huir!
Pero quedarse para ver,
para morirse sin morir.
¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
Volar.
El demonio, senos de vieja.
Y el torero,
Pedro Romero.
Y el desangrado en amarillo,
Pepe-Hillo.
Y el anverso
de la duquesa con reverso.
Y la Borbón esperpenticia
con su Borbón espertenticio.
Y la pericia
de la mano del Santo Oficio.
Y el escarmiento
del más espantajado
fusilamiento.
Y el repolludo
cardenal narigado,
narigudo.
Y la puesta de sol en la Pradera.
Y el embozado
con su chistera.
Y la gracia de la desgracia.
Y la desgracia de la gracia.
Y la poesía
de la pintura clara
y la sombría.
Y el mascarón
que se dispara
para
bailar en la procesión.
El mascarón, la muerte,
la Corte, la carencia,
el vómito, la ronda,
la hartura, el hambre negra,
el cornalón, el sueño,
la paz, la guerra.
¿De dónde vienes tú, gayumbo extraño, animal fino,
corniveleto,
rojo y zaíno?
¿De dónde vienes, funeral,
feto,
irreal
disparate real,
boceto,
alto
cobalto,
nube rosa,
arboleda,
seda umbrosa,
jubilosa
seda?
Duendecitos. Soplones.
Despacha, que despiertan.
El sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega.
Ya es hora.
¡Gaudeamus!
Buen viaje.
Sueño de la mentira.
Y un entierro
que verdaderamente amedrenta al paisaje.
Pintor.
En tu inmortalidad llore la Gracia
y sonría el Horror.
Los niños de Extremadura
Los niños de Extremadura
van descalzos.
¿Quién les robó los zapatos?
Les hiere el calor y el frío.
¿Quién les rompió los vestidos?
La lluvia
les moja el sueño y la cama.
¿Quién les derribó la casa?
No saben
los nombres de las estrellas.
¿Quién les cerró las escuelas?
Los niños de Extremadura
son serios.
¿Quién fue el ladrón de sus juegos?
Galope
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
El ángel bueno
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
"¡Levántate!" Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
"¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada."
"¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
móviles de mi alma!"
Alguien dijo: "¡Levántate!"
Y me encontré en tu estancia.
Goya
La dulzura, el estupro,
la risa, la violencia,
la sonrisa, la sangre,
el cadalso, la feria.
Hay un diablo demente persiguiendo
a cuchillo la luz y las tinieblas.
De ti me guardo un ojo en el incendio.
A ti te dentelleo la cabeza.
Te hago crujir los húmeros. Te sorbo
el caracol que te hurga en una oreja.
A ti te entierro solamente
en el barro las piernas.
Una pierna.
Otra pierna.
Golpea.
¡Huir!
Pero quedarse para ver,
para morirse sin morir.
¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
Volar.
El demonio, senos de vieja.
Y el torero,
Pedro Romero.
Y el desangrado en amarillo,
Pepe-Hillo.
Y el anverso
de la duquesa con reverso.
Y la Borbón esperpenticia
con su Borbón espertenticio.
Y la pericia
de la mano del Santo Oficio.
Y el escarmiento
del más espantajado
fusilamiento.
Y el repolludo
cardenal narigado,
narigudo.
Y la puesta de sol en la Pradera.
Y el embozado
con su chistera.
Y la gracia de la desgracia.
Y la desgracia de la gracia.
Y la poesía
de la pintura clara
y la sombría.
Y el mascarón
que se dispara
para
bailar en la procesión.
El mascarón, la muerte,
la Corte, la carencia,
el vómito, la ronda,
la hartura, el hambre negra,
el cornalón, el sueño,
la paz, la guerra.
¿De dónde vienes tú, gayumbo extraño, animal fino,
corniveleto,
rojo y zaíno?
¿De dónde vienes, funeral,
feto,
irreal
disparate real,
boceto,
alto
cobalto,
nube rosa,
arboleda,
seda umbrosa,
jubilosa
seda?
Duendecitos. Soplones.
Despacha, que despiertan.
El sí pronuncian y la mano alargan
al primero que llega.
Ya es hora.
¡Gaudeamus!
Buen viaje.
Sueño de la mentira.
Y un entierro
que verdaderamente amedrenta al paisaje.
Pintor.
En tu inmortalidad llore la Gracia
y sonría el Horror.
Los niños de Extremadura
Los niños de Extremadura
van descalzos.
¿Quién les robó los zapatos?
Les hiere el calor y el frío.
¿Quién les rompió los vestidos?
La lluvia
les moja el sueño y la cama.
¿Quién les derribó la casa?
No saben
los nombres de las estrellas.
¿Quién les cerró las escuelas?
Los niños de Extremadura
son serios.
¿Quién fue el ladrón de sus juegos?
Galope
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Teoría y juego del duende
Señoras y señores:
Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.
Con ganas de aire y de sol, me he aburrido tanto, que al salir me he sentido cubierto por una leve ceniza casi a punto de convertirse en pimienta de irritación.
No. Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón del aburrimiento que ensarta todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes unos grupos diminutos de puntas de alfiler.
De modo sencillo, con el registro que en mi voz poética no tiene luces de maderas, ni recodos de cicuta, ni ovejas que de pronto son cuchillos de ironías, voy a ver si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España.
El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga (no quiero citar a los caudales junto a las ondas color melena de león que agita el Plata), oye decir con medida frecuencia: "Esto tiene mucho duende." Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: "Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque tú no tienes duende."
En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la Debla, decía: "Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo"; la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: "¡Ole! ¡Eso tiene duende!", y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende." Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica."
Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies." Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
Este "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica" es, en suma, el espíritu de la sierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.
Así, pues, no quiero que nadie confunda al duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Núremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que lleva el truchimán de Cervantes, en la comedia de los celos y las selvas de Andalucía.
No. El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.
Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra.
El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel.
El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco y el que entró por las rendijas del balconcillo de Asís, o el que sigue los pasos de Enrique Susson, ordena y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agita sus alas de acero en el ambiente del predestinado.
La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. Como en el caso de Apollinaire, gran poeta destruido por la horrible musa con que lo pintó el divino angélico Rousseau. La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón.
Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.
Y rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la fragancia de violetas que exhale la poesía del siglo XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa enferma de límites.
La verdadera lucha es con el duende.
Se saben los caminos para buscar a Dios, desde el modo bárbaro del eremita al modo sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres caminos como San Juan de la Cruz. Y aunque tengamos que clamar con voz de Isaías: "Verdaderamente tú eres Dios escondido", al fin y al cabo Dios manda al que lo busca sus primeras espinas de fuego.
Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún; o que desnuda a Mosén Cinto Verdaguer con el frío de los Pirineos, o lleva a Jorge Manrique a esperar a la muerte en el páramo de Ocaña, o viste con un traje verde de saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud, o pone ojos de pez muerto al conde Lautréamont en la madrugada del boulevard.
Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende. Ellos engañan a la gente y pueden dar sensación de duende sin haberlo, como os engañan todos los días autores o pintores o modistas literarios sin duende; pero basta fijarse un poco, y no dejarse llevar por la indiferencia, para descubrir la trampa y hacerle huir con su burdo artificio.
Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados.
Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?"
Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo. "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa."
Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y como cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.
La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.
En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada con enérgicos "¡Alá, Alá!", "¡Dios, Dios!", tan cerca del "¡Olé!" de los toros, que quién sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por sinceros gritos de "¡Viva Dios!", profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita la voz y el cuerpo de la bailarina, evasión real y poética de este mundo, tan pura como la conseguida por el rarísimo poeta del XVII Pedro Soto de Rojas a través de siete jardines o la de Juan Calímaco por una temblorosa escala de llanto.
Naturalmente, cuando esa evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una autentica emoción. Hace años, en un concurso de baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.
Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto.
Muchas veces el duende del músico pasa al duende del intérprete y otras veces, cuando el músico o el poeta no son tales, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea una nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva. Tal el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para hacerlas triunfar, gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini, explicado por Goethe, que hacía oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades, o el caso de una deliciosa muchacha del Puerto de Santa María, a quien yo le vi cantar y bailar el horroroso cuplé italiano O Mari!, con unos ritmos, unos silencios y una intención que hacían de la pacotilla italiana una aura serpiente de oro levantado. Lo que pasaba era que, efectivamente, encontraban alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.
Todas las artes, y aun los países, tienen capacidad de duende, de ángel y de musa; y así como Alemania tiene, con excepciones, musa, y la Italia tiene permanentemente ángel, España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.
En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles. Desde El sueño de las calaveras, de Quevedo, hasta el Obispo podrido, de Valdés Leal, y desde la Marbella del siglo XVII, muerta de parto en mitad del camino, que dice:
La sangre de mis entrañas
cubriendo el caballo está.
Las patas de tu caballo
echan fuego de alquitrán...
al reciente mozo de Salamanca, muerto por el toro, que clama:
Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro...
hay una barandilla de flores de salitre, donde se asoma un pueblo de contempladores de la muerte, con versículos de Jeremías por el lado más áspero, o con ciprés fragante por el lado más lírico; pero un país donde lo más importante de todo tiene un último valor metálico de muerte.
La cuchilla y la rueda del carro, y la navaja y las barbas pinchonas de los pastores, y la luna pelada, y la mosca, y las alacenas húmedas, y los derribos, y los santos cubiertos de encaje, y la cal, y la línea hiriente de aleros y miradores tienen en España diminutas hierbas de muerte, alusiones y voces perceptibles para un espíritu alerta, que nos llama la memoria con el aire yerto de nuestro propio tránsito. No es casualidad todo el arte español ligado con nuestra sierra, lleno de cardos y piedras definitivas, no es un ejemplo aislado la lamentación de Pleberio o las danzas del maestro Josef María de Valdivieso, no es un azar el que de toda la balada europea se destaque esta amada española:
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me miras, di?
-Ojos con que te miraba
a la sombra se los di
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me besas di?
-Labios con que te besaba
a la sierra se los di.
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me abrazas, di?
-Brazos con que te abrazaba
de gusanos los cubrí.
Ni es extraño que en los albores de nuestra lírica suene esta canción:
Dentro del vergel
moriré
dentro del rosal
matar me han.
Yo me iba, mi madre,
las rosas coger,
hallara la muerte
dentro del vergel.
Yo me iba, madre,
las rosas cortar,
hallara la muerte
dentro del rosal.
Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matar me han.
Las cabezas heladas por la luna que pintó Zurbarán, el amarillo manteca con el amarillo relámpago del Greco, el relato del padre Sigüenza, la obra íntegra de Goya, el ábside de la iglesia de El Escorial, toda la escultura policromada, la cripta de la casa ducal de Osuna, la muerte con la guitarra de la capilla de los Benaventes en Medina de Rioseco, equivalen a lo culto en las romerías de San Andrés de Teixido, donde los muertos llevan sitio en la procesión, a los cantos de difuntos que cantan las mujeres de Asturias con faroles llenos de llamas en la noche de noviembre, al canto y danza de la sibila en las catedrales de Mallorca y Toledo, al oscuro ln Recort tortosino y a los innumerables ritos del Viernes Santo, que con la cultísima fiesta de los toros forman el triunfo popular de la muerte española. En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país.
Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del xv y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas.
Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, y en las de Villasandino, y en las de Herrera, y en las de Bécquer y en las de Juan Ramón Jiménez. Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado!
En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.
Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.
La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de fray Juan de la Miseria ni por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su último secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.
Valentísima vencedora del duende, y caso contrario al de Felipe de Austria, que, ansiando buscar musa y ángel en la teología, se vio aprisionado por el duende de los ardores fríos en esa obra de El Escorial, donde la geometría limita con el sueño y donde el duende se pone careta de musa para eterno castigo del gran rey.
Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.
En España (como en los pueblos de Oriente, donde la danza es expresión religiosa) tiene el duende un campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal, y en toda la liturgia de los toros, auténtico drama religioso donde, de la misma manera que en la misa, se adore y se sacrifica a un Dios.
Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.
El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.
Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.
En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta.
El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.
Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.
El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.
Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.
España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.
El duende que llena de sangre, por vez primera en la escultura, las mejillas de los santos del maestro Mateo de Compostela, es el mismo que hace gemir a San Juan de la Cruz o quema ninfas desnudas por los sonetos religiosos de Lope.
El duende que levanta la torre de Sahagún o trabaja calientes ladrillos en Calatayud o Teruel es el mismo que rompe las nubes del Greco y echa a rodar a puntapiés alguaciles de Quevedo y quimeras de Goya.
Cuando llueve saca a Velázquez enduendado, en secreto, detrás de sus grises monárquicos; cuando nieva hace salir a Herrera desnudo para demostrar que el frío no mata; cuando arde, mete en sus llamas a Berruguete y le hace inventar un nuevo espacio para la escultura.
La musa de Góngora y el ángel de Garcilaso han de soltar la guirnalda de laurel cuando pasa el duende de San Juan de la Cruz, cuando
el ciervo vulnerado
por el otero asoma.
La musa de Gonzalo de Berceo y el ángel del Arcipreste de Hita se han de apartar para dejar paso a Jorge Manrique cuando llega herido de muerte a las puertas del castillo de Belmonte. La musa de Gregorio Hernández y el ángel de José de Mora han de alejarse para que cruce el duende que llora lágrimas de sangre de Mena y el duende con cabeza de toro asirio de Martínez Montañés, como la melancólica musa de Cataluña y el ángel mojado de Galicia han de mirar, con amoroso asombro, al duende de Castilla, tan lejos del pan caliente y de la dulcísima vaca que pasta con normas de cielo barrido y sierra seca.
Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes anémonas de fósforo el uno, y flores de yeso de Ruidera el otro, coronan el retablo del duende de España.
Cada arte tiene, como es natural, un duende de modo y forma distinta, pero todos unen raíces en un punto de donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, materia última y fondo común incontrolable y estremecido de leño, son, tela y vocablo.
Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.
Señoras y señores: He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la musa, al ángel y al duende.
La musa permanece quieta; puede tener la túnica de pequeños pliegues o los ojos de vaca que miran en Pompeya a la narizota de cuatro caras con que su gran amigo Picasso la ha pintado. El ángel puede agitar cabellos de Antonello de Mesina, túnica de Lippi y violín de Massolino o de Rousseau.
El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928, en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.
Con ganas de aire y de sol, me he aburrido tanto, que al salir me he sentido cubierto por una leve ceniza casi a punto de convertirse en pimienta de irritación.
No. Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón del aburrimiento que ensarta todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes unos grupos diminutos de puntas de alfiler.
De modo sencillo, con el registro que en mi voz poética no tiene luces de maderas, ni recodos de cicuta, ni ovejas que de pronto son cuchillos de ironías, voy a ver si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España.
El que está en la piel de toro extendida entre los Júcar, Guadalete, Sil o Pisuerga (no quiero citar a los caudales junto a las ondas color melena de león que agita el Plata), oye decir con medida frecuencia: "Esto tiene mucho duende." Manuel Torres, gran artista del pueblo andaluz, decía a uno que cantaba: "Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfaras nunca, porque tú no tienes duende."
En toda Andalucía, roca de Jaén y caracola de Cádiz, la gente habla constantemente del duende y lo descubre en cuanto sale con instinto eficaz. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la Debla, decía: "Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo"; la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: "¡Ole! ¡Eso tiene duende!", y estuvo aburrida con Gluck y con Brahms y con Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, dijo, escuchando al propio Falla su Nocturno del Generalife, esta espléndida frase: "Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende." Y no hay verdad más grande.
Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Sonidos negros dijo el hombre popular de España y coincidió con Goethe, que hace la definición del duende al hablar de Paganini, diciendo: "Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica."
Así, pues, el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies." Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
Este "poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica" es, en suma, el espíritu de la sierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los misteriosos griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.
Así, pues, no quiero que nadie confunda al duende con el demonio teológico de la duda, al que Lutero, con un sentimiento báquico, le arrojó un frasco de tinta en Núremberg, ni con el diablo católico, destructor y poco inteligente, que se disfraza de perra para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que lleva el truchimán de Cervantes, en la comedia de los celos y las selvas de Andalucía.
No. El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.
Todo hombre, todo artista llamará Nietzsche, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es preciso hacer esa distinción fundamental para la raíz de la obra.
El ángel guía y regala como San Rafael, defiende y evita como San Miguel, y previene como San Gabriel.
El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra o su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco y el que entró por las rendijas del balconcillo de Asís, o el que sigue los pasos de Enrique Susson, ordena y no hay modo de oponerse a sus luces, porque agita sus alas de acero en el ambiente del predestinado.
La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces), que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Los poetas de musa oyen voces y no saben dónde, pero son de la musa que los alienta y a veces se los merienda. Como en el caso de Apollinaire, gran poeta destruido por la horrible musa con que lo pintó el divino angélico Rousseau. La musa despierta la inteligencia, trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles, y la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón.
Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.
Y rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa, y perder el miedo a la fragancia de violetas que exhale la poesía del siglo XVIII y al gran telescopio en cuyos cristales se duerme la musa enferma de límites.
La verdadera lucha es con el duende.
Se saben los caminos para buscar a Dios, desde el modo bárbaro del eremita al modo sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres caminos como San Juan de la Cruz. Y aunque tengamos que clamar con voz de Isaías: "Verdaderamente tú eres Dios escondido", al fin y al cabo Dios manda al que lo busca sus primeras espinas de fuego.
Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que hace que Goya, maestro en los grises, en los platas y en los rosas de la mejor pintura inglesa, pinte con las rodillas y los puños con horribles negros de betún; o que desnuda a Mosén Cinto Verdaguer con el frío de los Pirineos, o lleva a Jorge Manrique a esperar a la muerte en el páramo de Ocaña, o viste con un traje verde de saltimbanqui el cuerpo delicado de Rimbaud, o pone ojos de pez muerto al conde Lautréamont en la madrugada del boulevard.
Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende. Ellos engañan a la gente y pueden dar sensación de duende sin haberlo, como os engañan todos los días autores o pintores o modistas literarios sin duende; pero basta fijarse un poco, y no dejarse llevar por la indiferencia, para descubrir la trampa y hacerle huir con su burdo artificio.
Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados.
Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?"
Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo. "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa."
Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y como cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.
La llegada del duende presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.
En toda la música árabe, danza, canción o elegía, la llegada del duende es saludada con enérgicos "¡Alá, Alá!", "¡Dios, Dios!", tan cerca del "¡Olé!" de los toros, que quién sabe si será lo mismo; y en todos los cantos del sur de España la aparición del duende es seguida por sinceros gritos de "¡Viva Dios!", profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos, gracias al duende que agita la voz y el cuerpo de la bailarina, evasión real y poética de este mundo, tan pura como la conseguida por el rarísimo poeta del XVII Pedro Soto de Rojas a través de siete jardines o la de Juan Calímaco por una temblorosa escala de llanto.
Naturalmente, cuando esa evasión está lograda, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a una materia pobre, y el ignorante, en el no sé qué de una autentica emoción. Hace años, en un concurso de baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.
Todas las artes son capaces de duende, pero donde encuentra más campo, como es natural, es en la música, en la danza y en la poesía hablada, ya que estas necesitan un cuerpo vivo que interprete, porque son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto.
Muchas veces el duende del músico pasa al duende del intérprete y otras veces, cuando el músico o el poeta no son tales, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea una nueva maravilla que tiene en la apariencia, nada más, la forma primitiva. Tal el caso de la enduendada Eleonora Duse, que buscaba obras fracasadas para hacerlas triunfar, gracias a lo que ella inventaba, o el caso de Paganini, explicado por Goethe, que hacía oír melodías profundas de verdaderas vulgaridades, o el caso de una deliciosa muchacha del Puerto de Santa María, a quien yo le vi cantar y bailar el horroroso cuplé italiano O Mari!, con unos ritmos, unos silencios y una intención que hacían de la pacotilla italiana una aura serpiente de oro levantado. Lo que pasaba era que, efectivamente, encontraban alguna cosa nueva que nada tenía que ver con lo anterior, que ponían sangre viva y ciencia sobre cuerpos vacíos de expresión.
Todas las artes, y aun los países, tienen capacidad de duende, de ángel y de musa; y así como Alemania tiene, con excepciones, musa, y la Italia tiene permanentemente ángel, España está en todos tiempos movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.
En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas. En España, no. En España se levantan. Muchas gentes viven allí entre muros hasta el día en que mueren y los sacan al sol. Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles. Desde El sueño de las calaveras, de Quevedo, hasta el Obispo podrido, de Valdés Leal, y desde la Marbella del siglo XVII, muerta de parto en mitad del camino, que dice:
La sangre de mis entrañas
cubriendo el caballo está.
Las patas de tu caballo
echan fuego de alquitrán...
al reciente mozo de Salamanca, muerto por el toro, que clama:
Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo.
Tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro...
hay una barandilla de flores de salitre, donde se asoma un pueblo de contempladores de la muerte, con versículos de Jeremías por el lado más áspero, o con ciprés fragante por el lado más lírico; pero un país donde lo más importante de todo tiene un último valor metálico de muerte.
La cuchilla y la rueda del carro, y la navaja y las barbas pinchonas de los pastores, y la luna pelada, y la mosca, y las alacenas húmedas, y los derribos, y los santos cubiertos de encaje, y la cal, y la línea hiriente de aleros y miradores tienen en España diminutas hierbas de muerte, alusiones y voces perceptibles para un espíritu alerta, que nos llama la memoria con el aire yerto de nuestro propio tránsito. No es casualidad todo el arte español ligado con nuestra sierra, lleno de cardos y piedras definitivas, no es un ejemplo aislado la lamentación de Pleberio o las danzas del maestro Josef María de Valdivieso, no es un azar el que de toda la balada europea se destaque esta amada española:
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me miras, di?
-Ojos con que te miraba
a la sombra se los di
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me besas di?
-Labios con que te besaba
a la sierra se los di.
-Si tú eres mi linda amiga,
¿cómo no me abrazas, di?
-Brazos con que te abrazaba
de gusanos los cubrí.
Ni es extraño que en los albores de nuestra lírica suene esta canción:
Dentro del vergel
moriré
dentro del rosal
matar me han.
Yo me iba, mi madre,
las rosas coger,
hallara la muerte
dentro del vergel.
Yo me iba, madre,
las rosas cortar,
hallara la muerte
dentro del rosal.
Dentro del vergel
moriré,
dentro del rosal
matar me han.
Las cabezas heladas por la luna que pintó Zurbarán, el amarillo manteca con el amarillo relámpago del Greco, el relato del padre Sigüenza, la obra íntegra de Goya, el ábside de la iglesia de El Escorial, toda la escultura policromada, la cripta de la casa ducal de Osuna, la muerte con la guitarra de la capilla de los Benaventes en Medina de Rioseco, equivalen a lo culto en las romerías de San Andrés de Teixido, donde los muertos llevan sitio en la procesión, a los cantos de difuntos que cantan las mujeres de Asturias con faroles llenos de llamas en la noche de noviembre, al canto y danza de la sibila en las catedrales de Mallorca y Toledo, al oscuro ln Recort tortosino y a los innumerables ritos del Viernes Santo, que con la cultísima fiesta de los toros forman el triunfo popular de la muerte española. En el mundo, solamente Méjico puede cogerse de la mano con mi país.
Cuando la musa ve llegar a la muerte cierra la puerta o levanta un plinto o pasea una urna y escribe un epitafio con mano de cera, pero en seguida vuelve a rasgar su laurel con un silencio que vacila entre dos brisas. Bajo el arco truncado de la oda, ella junta con sentido fúnebre las flores exactas que pintaron los italianos del xv y llama al seguro gallo de Lucrecio para que espante sombras imprevistas.
Cuando ve llegar a la muerte, el ángel vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo y narciso la elegía que hemos visto temblar en las manos de Keats, y en las de Villasandino, y en las de Herrera, y en las de Bécquer y en las de Juan Ramón Jiménez. Pero ¡qué horror el del ángel si siente una arena, por diminuta que sea, sobre su tierno pie rosado!
En cambio, el duende no llega si no ve posibilidad de muerte, si no sabe que ha de rondar su casa, si no tiene seguridad de que ha de mecer esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo.
Con idea, con sonido o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.
La virtud mágica del poema consiste en estar siempre enduendado para bautizar con agua oscura a todos los que lo miran, porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.
Recordad el caso de la flamenquísima y enduendada Santa Teresa, flamenca no por atar un toro furioso y darle tres pases magníficos, que lo hizo; no por presumir de guapa delante de fray Juan de la Miseria ni por darle una bofetada al Nuncio de Su Santidad, sino por ser una de las pocas criaturas cuyo duende (no cuyo ángel, porque el ángel no ataca nunca) la traspasa con un dardo, queriendo matarla por haberle quitado su último secreto, el puente sutil que une los cinco sentidos con ese centro en carne viva, en nube viva, en mar viva, del Amor libertado del Tiempo.
Valentísima vencedora del duende, y caso contrario al de Felipe de Austria, que, ansiando buscar musa y ángel en la teología, se vio aprisionado por el duende de los ardores fríos en esa obra de El Escorial, donde la geometría limita con el sueño y donde el duende se pone careta de musa para eterno castigo del gran rey.
Hemos dicho que el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.
En España (como en los pueblos de Oriente, donde la danza es expresión religiosa) tiene el duende un campo sin límites sobre los cuerpos de las bailarinas de Cádiz, elogiadas por Marcial, sobre los pechos de los que cantan, elogiados por Juvenal, y en toda la liturgia de los toros, auténtico drama religioso donde, de la misma manera que en la misa, se adore y se sacrifica a un Dios.
Parece como si todo el duende del mundo clásico se agolpara en esta fiesta perfecta, exponente de la cultura y de la gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto. Ni en el baile español ni en los toros se divierte nadie; el duende se encarga de hacer sufrir por medio del drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda.
El duende opera sobre el cuerpo de la bailarina como el aire sobre la arena. Convierte con mágico poder una muchacha en paralítica de la luna, o llena de rubores adolescentes a un viejo roto que pide limosna por las tiendas de vino, da con una cabellera olor de puerto nocturno, y en todo momento opera sobre los brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos.
Pero imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.
En los toros adquiere sus acentos más impresionantes, porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta.
El toro tiene su órbita; el torero, la suya, y entre órbita y órbita un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego.
Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro limpio todavía de heridas, y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.
El torero que asusta al público en la plaza con su temeridad no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio, el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos.
Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española.
España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarines a la llegada de las primaveras, y su arte está siempre regido por un duende agudo que le ha dado su diferencia y su calidad de invención.
El duende que llena de sangre, por vez primera en la escultura, las mejillas de los santos del maestro Mateo de Compostela, es el mismo que hace gemir a San Juan de la Cruz o quema ninfas desnudas por los sonetos religiosos de Lope.
El duende que levanta la torre de Sahagún o trabaja calientes ladrillos en Calatayud o Teruel es el mismo que rompe las nubes del Greco y echa a rodar a puntapiés alguaciles de Quevedo y quimeras de Goya.
Cuando llueve saca a Velázquez enduendado, en secreto, detrás de sus grises monárquicos; cuando nieva hace salir a Herrera desnudo para demostrar que el frío no mata; cuando arde, mete en sus llamas a Berruguete y le hace inventar un nuevo espacio para la escultura.
La musa de Góngora y el ángel de Garcilaso han de soltar la guirnalda de laurel cuando pasa el duende de San Juan de la Cruz, cuando
el ciervo vulnerado
por el otero asoma.
La musa de Gonzalo de Berceo y el ángel del Arcipreste de Hita se han de apartar para dejar paso a Jorge Manrique cuando llega herido de muerte a las puertas del castillo de Belmonte. La musa de Gregorio Hernández y el ángel de José de Mora han de alejarse para que cruce el duende que llora lágrimas de sangre de Mena y el duende con cabeza de toro asirio de Martínez Montañés, como la melancólica musa de Cataluña y el ángel mojado de Galicia han de mirar, con amoroso asombro, al duende de Castilla, tan lejos del pan caliente y de la dulcísima vaca que pasta con normas de cielo barrido y sierra seca.
Duende de Quevedo y duende de Cervantes, con verdes anémonas de fósforo el uno, y flores de yeso de Ruidera el otro, coronan el retablo del duende de España.
Cada arte tiene, como es natural, un duende de modo y forma distinta, pero todos unen raíces en un punto de donde manan los sonidos negros de Manuel Torres, materia última y fondo común incontrolable y estremecido de leño, son, tela y vocablo.
Sonidos negros detrás de los cuales están ya en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.
Señoras y señores: He levantado tres arcos y con mano torpe he puesto en ellos a la musa, al ángel y al duende.
La musa permanece quieta; puede tener la túnica de pequeños pliegues o los ojos de vaca que miran en Pompeya a la narizota de cuatro caras con que su gran amigo Picasso la ha pintado. El ángel puede agitar cabellos de Antonello de Mesina, túnica de Lippi y violín de Massolino o de Rousseau.
El duende... ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
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